HISTORIA DE UN ANEXO Y DE UN SECUESTRO PARTE 2
Pues ahí estaba yo, escuchando como sin querer, pero con los seis sentidos bien puestos en la conversación entre este par de muchachas, sorprendiéndome de todo lo que decían, y más porque a pesar de lo narrado las dos se veían muy tranquilas, como si fuera de lo más normal que a una de ellas la hubieran llevado a la fuerza a un sitio que ustedes ni nadie quisiera conocer: un anexo.
La afectada decía palabras más palabras menos: “que me agarran bien dormidota, de veras que ni cuenta me di cuando entraron al cuarto, eran como tres o cuatro, me agarraron por donde pudieron y así como estaba me subieron a un carro…”
“No supe ni que hacer, creo que empecé a gritar hasta que me tenían ya metida entre los asientos, estaba mas que espantada enojada, pensé que era una vacilada de mi viejo, con eso de que ya me había advertido que me iba a dar un escarmiento, pero ni por aquí pensar en que me meterían a ese chingao anexo…”.
Otra vez esta palabrita, otra vez en un contexto de castigo, como cuando la escuché de la mujer con el hijo golpeador. No tuve tiempo de seguir pensando, las damas continuaban con su amena charla:
“Ayyy pos que llegamos al anexo y todavía estaba bien oscuro, luego luego me aventaron a un catre entre gritos de “pinche vieja, ora si te llegó, para que aprendas”, y ni qué hacer, ahí me quedé llorando… sólo piense y piense hasta que amaneció”.
En este punto la conversación cambió radicalmente, se convirtió en un susurro y yo con la oreja paradota, de plano me daban ganas de pedirles permiso y hacer una ruedita para oír como Dios manda, pero pus ni pa’ que, capaz que me soltaban una cachetada, así como se estaban poniendo las cosas.
Escuché de manera entrecortada cómo fue que pasó tres días ahí, en los cuales sufrió horrores, en la mañana baños con agua fría, en la tarde golpes y en las noches fue violada, sin que nadie hiciera nada por ella, hasta que su marido se apiadó de ella y la perdonó para que la dejaran salir ¿cómo le hizo? la verdad no lo sé.
Todo eso, según le decía a su amiga, no fue lo peor, lo que no soportaba era creer en esos momentos que jamás saldría de ahí, que nadie sabía nada de ella, y la desesperación de sentirse culpable de algo que no sabía qué era, además de la impotencia por estar en un lugar así, donde la única ley es que no existe ninguna.
Ya no siguieron platicando o yo ya no quise escuchar, no recuerdo, me paré de donde me encontraba y hasta con pena me fui caminando sin voltear, posiblemente en ese momento me consolaba pensar que todo era producto de la imaginación de esta mujer, que equivocado estaba, hace unos días me tocó descubrir un lugar de estos, un anexo o centro de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos, donde te llevan tus familiares o piden que te lleven, de los muchos que sí existen aquí, en la tierra donde escogí vivir, pero eso se los contaré después, si me tienen paciencia.
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