HISTORIA DE UN ANEXO Y DE UN SECUESTRO PARTE 3
Pues regresemos al principio de todo esto (leer parte 1 y parte 2), es viernes, estoy feliz porque ya casi es hora de pegarle a una Pacífico, ya casi es hora de ver la vida a través de un rico pulpo y unos camarones bañados de chilito habanero, cuando llega a mi oficina una persona pidiendo ayuda, me dice que tienen a su sobrino en un centro de rehabilitación, que se lo llevaron hace unos días, él piensa que está en el DIF (Desarrollo Integral de la Familia, para quienes no saben), pero no está seguro, y aquí comienza el vía crucis…
Yo, como buen funcionario público que se dedica a apoyar las necesidades de la gente (chin, hasta parece grilla), le digo que haremos todo lo posible por encontrarlo, que no se preocupe, todavía no sé en lo que voy a meterme, todavía ni me imagino que nuevamente escucharé de un anexo y que lo conoceré, pero eso fue más adelante, vayamos con calma, lo importante es que ustedes sepan en dónde meterse y en dónde no, mínimo que no los metan.
Le pregunto a este señor por qué sospecha que su sobrino está en un centro del DIF, y empieza a relatarme una historia que bien podría ser la de ese quinceañero golpeador ( leer la primera parte de este relato) o la de cualquiera que “se porta mal”:
Resulta que los papás de este muchacho de 17 años no tenían tiempo para verlo y corregirle su aparente rebeldía, algo raro para alguien de su edad, y decidieron ingresarlo a un lugar donde se ocuparan mejor de él, adivinaron, escogieron un anexo para su reclusión.
Pero lo que no pensaron fue en que poco después de meter a su hijo a este sitio, tendrían problemas, se separarían y abur cada quien por su lado se fue pa’l otro lado, al norte pues, a buscar billetes verdes, olvidándose por completo de su vástago.
Pero todo esto de su ingreso al anexo lo supe después, cuando el tío me contó que al parecer lo tenían en el DIF, me tomé la libertad de hablar a éste, como llamarle, “organismo”, y ahí una señorita muy amable me dijo que ellos no tenían albergues de esa clase que seguramente lo tenían en un anexo, que ella conocía uno cerca de ahí.
Ni tardo ni perezoso pregunté por la calle y el número, me urgía conocer ese lugar, ya eran muchas las veces de oírlo para creer que se trataba de un mito o leyenda urbana, en ese momento creí que nada más existía un anexo en el municipio, incluso en el país, pronto me daría cuenta que no era así, pero sólo me supo decir que estaba en “Cuatro Vientos”, como a la mitad de esa calle que así se llama, entonces fue cuando decidí llevar a este señor a buscar al sobrino, con la esperanza de encontrarlo finalmente.
Ya en el camino, cuando íbamos platicando en el carro supe más del asunto, su sobrino, llamado Eleazar, había sido llevado meses atrás a un anexo, (no sabíamos si al que estábamos por llegar) y, desesperado por no saber de sus padres ni de ningún familiar había escapado, no me pregunten cómo, buscando refugio con su tío, quien al verlo desamparado no dudó en darle posada, pero aquí es donde deben poner atención, porque después de una semana de tranquilidad, se presentaron en la casa, ubicada en un rancho, cuatro individuos y sin decir agua va lo agarraron y lo subieron a una camioneta para regresarlo al anexo.
Toso eso se lo platicaron, porqué según él, en ese momento cuando ocurrió el secuestro de Eleazar -ya que no podemos llamarlo de otra forma-, se encontraba fuera de su casa y no pudo hacer nada para evitar que se lo llevaran.
En ese momento de la plática llegamos a la calle, y todo fue cosa de preguntarle a unas personas que iban caminando por ahí para que nos señalaran la casa donde se encuentra dicho anexo, incluso les preguntamos de esa manera: “oigan, disculpen, sabe por donde queda el anexo” y de inmediato nos dijeron cuál era, con pelos y señales, sin sorprenderse por la pregunta, como si fuera la cosa más normal del mundo este tipo de lugares.
Pues nos apersonamos, yo tan quitado de la pena entré hasta con una sonrisota, contento de cumplir con cosas que van más allá de mi deber, y todo fue ingresar a la “recepción” para preguntar cuando no sólo se me cayó la sonrisa sino poco faltó para que también se me cayeran los chones. En el pequeño cuarto de entrada de este anexo estaban tres tipos, no sentados en un sillón más viejo y puerco que puedan imaginar, sino prácticamente tirados de espalda, los tres con unos pelos y unas caras de dar miedo, todos tatuados, bueno en una cárcel se ve gente más decente.
De inmediato, con mucha educación me preguntaron sobre nuestra presencia: “qué quieren, qué andan buscando”. Yo no quise perder la calma y me presenté dando todos mis generales, al mismo tiempo que les decía el motivo de nuestra visita, y les preguntaba por Eleazar, de inmediato me dijeron que no sabían nada, que ahí no había nadie con ese nombre.
Mientras me decían esto tuve tiempo para ver que al fondo del cuarto había una puerta pequeña con rejas, en donde estaba otro tipo sin playera, rapado, y también con el cuerpo tatuado vigilando que nadie saliera.
En ese lapso de tiempo, mientras me decían que no, salió por esa puerta un señor de unos 50 años, y si esto es posible, más mal encarado que todos los otros, supuse que era el jefe o el encargado del anexo y me dirigí con él, para pedirle que revisaran sus registros con la esperanza de que Eleazar estuviera ahí.
Este señor ni se inmutó, me dijo que no estaba ahí nadie con ese nombre, como que revisó un cuaderno todo roto, sucio y rayado, y luego me preguntó que de dónde era este muchacho, yo le dí el nombre de la comunidad donde lo habían agarrado, valga la palabra, y como si fuera la cosa más normal me dijo que no habían “ido” por nadie en ese rancho, que habían “recogido” a otros pero en distintas colonias y comunidades, y luego nos recomendó que fuéramos a otros anexos, que a lo mejor ahí lo tenían.
Nos quedamos callados sin saber qué hacer, después nos vimos obligados a dar las gracias y nos retiramos, tanto el tío de Eleazar como yo íbamos con nuestros propios pensamientos, yo pensando en todo esto de los anexos y él seguramente en su sobrino que ya tenía más de una semana desaparecido.
Sólo quiero decirles que ya se levantó una acta ante el Ministerio Público por el secuestro de este muchacho, que intentamos hablar con las autoridades de salud y de seguridad pública y todo mundo se echa la bolita, parece que nadie es responsable del funcionamiento de estos lugares, y hay quienes de plano dicen que son un “mal necesario”, porque entonces donde pondrían a tanto drogadicto y alcohólico.
Aquí la pregunta es ¿qué puede hacer alguien cuando para su mala suerte lo metan a un lugar así, sólo porque su familia no lo aguanta o porqué el marido o esposa no soporta la conducta de su cónyuge? Se imaginan ustedes que un día, sin que lo esperen, los agarren en la calle y los lleven a un anexo. Yo no quiero imaginármelo porque entonces no podría dormir tranquilo, de hecho desde que conocí esta historia estoy haciendo lo posible porque estos sitios desaparezcan, ya que tan sólo en este municipio donde escogí vivir hay más de 17 reconocidos, sin contar los clandestinos.
Sólo por último, el nombre de “ANEXO” que se les da a estos “centro de rehabilitación”, se deriva de las cárceles antiguas que cuando ya no podían contener a más presos se les enviaba a un anexo para que ahí permanecieran mientras había espacio ¿qué les parece?
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