viernes, agosto 06, 2010

La Virgen de Juquila

Para Michi, con todo mi amor

No sé si les he comentado que no soy una persona religiosa.

Hace mucho tiempo, cuando tenía más o menos trece años sentí la necesidad de confesarle a mis padres, pero sobre todo me lo confesé a mí mismo, que las cosas divinas no eran de mi interés. Me atormentaba la idea de ver figuras en el templo, sentir temor por pensar que si éstas eran humanas, o al menos físicamente parecidas a los humanos, por  fuerza deberían tener la misma imperiosa necesidad de comer y por ende cumplir con las obligaciones de los intestinos, además, por esa época ya comenzaba a sentirme motivado por mi contraparte femenina y me era imposible considerar a cualquier persona, todavía me ocurre, que fuera inalterable ante las urgencias propias del cuerpo y de los deseos.

En ese entonces esto se convirtió en un verdadero conflicto, un tormento, porque además tenía la impresión que las figuradas aladas, con halo, algunas sonrientes, otras en lastimosa agonía, en éxtasis, con extrañas túnicas, tenían la capacidad de leer mis pensamientos y que todos los adultos a mi alrededor sabían lo que me ocurría.

Pero en cuanto lo hice público, primero con la familia, en realidad primero conmigo mismo, cuando acepté que la religión, que la religiosidad, que el concepto de un dios omnipresente, de una imagen bienhechora pero ambivalente, de un dios  de mano férrea y creador del cielo y de la tierra, definitivamente era algo que me superaba, cuando por fortuna me enteré que tenía la opción para decidir, fue algo liberador, y me sentí, como decirlo, aliviado, una herencia mística, una tradición religiosa que no necesariamente tenía porque aceptar.

Desde aquellos días muchas cosas han pasado… he vivido incluso un terremoto, he visto con mis propios ojos cómo la vida, una parte de ti, puede motivar las lágrimas más dulces y también las más amargas, me he topado con personas extraordinarias, a algunas otras sólo las he conocido por lo que escriben, por una pantalla, y no por eso las conozco menos; he llegado a sentir que toco el cielo, pero he percibido grises y elementos oscuros, en verdad reconozco que todo ello representa a la vida, por supuesto que he visto morir, me he topado con la muerte y aunque he rabiado, he llorado, he pedido que se apaguen todas las luces y cese la música y se haga el silencio más profundo, todo ha vuelto siempre con una sonrisa, sin que lo divino tenga algún tipo de participación.

Como ya saben estuve en Morelia, y esto que empecé a escribir en los primeros meses del 2008, a finales de marzo, y que como ocurre con frecuencia en mí, he ido dejando pasar, era precisamente el preámbulo de mi regreso a Irapuato, a esa pequeña ciudad donde brilla más el sol, la lluvia moja y refresca más, la noche es menos oscura y el diálogo con mis hijos es como una música de acordes vigorosos y suaves al mismo tiempo, ese preámbulo es precisamente esta historia.

Pero regresemos a marzo, regresemos un poco a la llegada de mi hermano mayor, a las vacaciones de “Semana Santa”, a los planes de viajar a Oaxaca, hacer un recorrido por lugares mágicos que tenía años de no ir, playas olvidadas desde aquella remota luna de miel, sitios de memoria extraviada con la idea de recuperar imágenes escondidas.

En ese mes habría de cumplir un año en Morelia, un año de experiencia y meditación, de soledad, momentos de reflexión, pero también un cúmulo de increíbles deseos por volver a mi espacio vital.

Quiero decirles que poco antes de planear ese viaje, esas vacaciones, había tomado la decisión de renunciar al trabajo moreliano, porque he de agregar que el proyecto alimenticio era hasta diciembre del 2007, y que éste se prolongó por la inusitada invitación para continuar (inusitada porque la persona, el amigo que me invitó originalmente, había sido despedido) y que la renuncia era una forma de obligarme, de obligar, de forzar a las circunstancias para acercarme nuevamente a mi hogar, a los míos, a lo mío.

Esta renuncia no era tan simple, en realidad fue algo difícil, prescindir de un empleo es en todo momento complicado, no tengo que explicar algo así, pero después de los cuarenta puede incluso resultar aterrador, sin embargo lo hice.

Contar todo lo que ocurrió en este viaje de “semana santa” podría convertirse en algo agobiante, posiblemente tedioso para ustedes y no es mi interés que eso ocurra, pero sí me gustaría en unos pocos párrafos platicarles sobre una figura que sigue de manera constante en mi memoria, algo que no deja de sorprenderme: la Virgen de Juquila.

En el trayecto que hice en camioneta con mi hermano, su familia, y mi propia familia, ya estaba trazado un itinerario que habríamos de cumplir hasta en los detalles mínimos, todo con la idea de cubrir y abarcar en unos pocos días ciertos puntos indispensables del mágico estado de Oaxaca: Monte Albán, Mitla, el gigante árbol del Tule, las playas de Puerto Escondido, entre otros, pero jamás habíamos comentado o siquiera mencionado algo de visitar a una virgen.

Fue hasta que nos encontrábamos en casa de los suegros de mi hermano, quienes por cierto viven cerca de la ciudad de Oaxaca, cuando escuché de manera sigilosa sobre esta milagrosa deidad, sobre la posibilidad de ir al santuario, y fue ahí cuando comprendí que visitar Juquila, ver a su virgen morena, era un plan preconcebido y que todo lo demás se ajustaba a ello.

El poblado de Santa Catarina Juquila, se encuentra a medio camino entre Oaxaca y Puerto Escondido, pero para llegar ahí es necesario transitar durante unas tres horas por la Sierra Madre del Sur, y para quienes no conocen este recorrido, e incluso para quienes ya lo conocen, realizarlo es completar un curso intensivo de pronunciadas curvas entre cañadas y precipicios en una angosta carretera-brecha que te tiene prácticamente al borde de un colapso, pero a decir de la suegra de mi hermano: “todo eso queda atrás cuando llegas y ves la imagen de la virgen, y pides lo que anhelas al llegar a su santuario”, no sé de cierto si ello le ocurre a otros, en mi caso recuerdo el camino a la perfección, al menos el sudor en la manos y las balatas derritiéndose al sentir la presión de mi pie en el freno de manera constante.

En el camino estuvieron presentes historias de peregrinaje, sin faltar la recurrente incluso en canciones populares o los mitos, como aquél de una pareja que durante el trayecto al santuario se convirtió en piedra por detenerse a fornicar en la noche, olvidando el sentido primero de “visitar” a la virgen.

Hay dos espacios propiamente donde se venera a la Virgen de Juquila: el Santuario ubicado en el centro de la población de Santa Catarina, y el otro lugar es un sitio mágico, con un nombre también singular: “El Pedimento”, donde primero llegan los visitantes a, como su nombre lo indica, realizar la solicitud, el deseo que los ha llevado a recorrer cientos de kilómetros de curvas y empinados caminos.

Es ahí donde mi memoria ha quedado marcada, es justo en ese pequeño cerro en el cual se encuentra El Pedimento, a escasos diez minutos de la población, es en esa capilla donde no caben más de cien personas sin que parezca un tumulto, adornada con una larga fila de peregrinos formados para llegar a un altar  a pedir y depositar su ofrenda, en el que escuché por primera vez a mi hija, entonces de siete años, decirme algo como si ya fuera adulta.

-Tú siéntate aquí pa’, yo voy a pedir para que regreses a casa y encuentres trabajo.- Me dijo mientras se formaba en la fila, con un convencimiento que todavía ahora lo recuerdo como si la estuviera viendo.

Otra característica de ese lugar, además de los innumerables vehículos adornados con unas pequeñas palmas en la parte delantera, como una acción para que la Virgen de Juquila los cuide, son las figuritas de barro que los visitantes elaboran de acuerdo a lo que desean pedir y/o pidieron al llegar a la capilla: pequeños carritos, casitas, una extremidad del cuerpo o toda la figura humana, que representan el milagro que buscan, la sanación.

Al terminar de formarse y pasar con la Virgen, mi pequeña hija me preguntó sobre la figurita que haría y me pidió que le ayudara, entre los dos hicimos una casa, también unos muñequitos a imitación de la familia y las colocamos a un costado de la pequeña capilla, en un lugar lleno de cruces, justo como todos los demás.

Han pasado casi tres años desde entonces, está de más decir que poco después de regresar de ese viaje, encontré el trabajo que deseaba, la estabilidad que requería, incluso el jefe que nunca había tenido, en una palabra, me encontré conmigo mismo, y todavía hoy, mientras termino esta historia que inicié hace tanto, me encuentro con la sonrisa que esbozo casi a escondidas, un poco apenado con la suerte que tengo, y aunque no soy una persona religiosa, cuando algo se me atraviesa, cuando sé que resulta complicado no sólo para mí sino para las personas que me rodean, ya sea en el trabajo, en cualquier situación que lo amerite, les digo a quien me escuche que no está de más lo intenten con la Virgen de Juquila, quién sabe, igual y si lo hacen con el corazón como mi pequeña hija lo hizo, algo bueno resulte.

4 Comentarios:

Blogger Unknown dice...

Me alegro tanto que las cosas vayan bien!!
Un abrazo y que sigan los éxitos. :)

1:34 a.m.  
Blogger Ce pequeño dice...

Gracias Martrix, en verdad que no hay mal que dure cien años ni blog que resista tanto sin un post, no sé si pueda emparejarme, pero por lo pronto no me quejo, un saludo con afecto.

10:25 p.m.  
Blogger Lety Ricardez dice...

Es largo tu post querido Ce, pero lo leí con todo el interés como el caso requería. Saber que estuviste en Oaxaca durante mi ausencia del blog me entristece, porque me hubiera encantado saludarte a tu paso por la ciudad. Y saber de tu grato encuentro con la Virgen de Juquila, me alegra mucho. A mí la primera vez que fui, algo que me impactó fue la enormidad del templo comparado con esa imagen tan modesta, tan pequeñita, desprovista de belleza física como resultado de ese incendio del que cuentan.

Vengo a decirte que estoy de regreso en el blog y que me encantará volver a verte por tu casa.
En el blog nuevo estoy subiendo mi voz, porque quiero darme plenamente esta vez.

e dejo pues mi abrazo oaxaqueño

11:18 p.m.  
Anonymous Anónimo dice...

Yo le tengo mucha fe ami vergancita de juquita grasias a ella todo bien

6:58 p.m.  

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