martes, mayo 10, 2011

DOS NOCHES EN SAN LUIS

Para Mir, con todo mi cariño
y para Renato con un poco de envidia

Nos hizo falta tiempo,

nos comimos el tiempo,

el beso que forjamos,

aquel vino que probamos,

se fue de nuestras manos…
L.M. 33

Él llegó a la ciudad en la tarde, el cielo no presagiaba nada bueno ese viernes, pero hay ocasiones en que el atisbo de lluvia puede ser también una buena señal, el preámbulo de cosas maravillosas, la esperanza de salvar una cosecha o que germinen nuevos brotes en suelo árido, algunas veces la lluvia se convierte en una oportunidad, la lluvia se transforma en una cálida humedad…

Las nubes empezaban a cubrir lentamente cada uno de los espacios sobre su cabeza, mientras manejaba rumbo al destino que se había trazado desde hacía buen tiempo. No iba solo, de hecho tenía una pequeña compañía, inquieta y nerviosa, por un evento que auguraba también nuevas experiencias.
Ese evento era el proyecto inicial de ese viaje.

Claro que sólo él sabía que ahí, en San Luis, si todos los augurios se entrelazaban, estaría un sueño esperándole, un plan secreto que era una mirada y una sonrisa, una figura que había podido tocar con la mente y percibir en un frío y brillante monitor, el contorno de una mujer que se aparecía de pronto en los lugares más inesperados y jugaba con sus palabras y con sus deseos.

Cuando se estacionó después de horas de circular entre caminos perdidos, cerros y vialidades sumidas en el atardecer, bajó de su automóvil con ansiedad e intentó descubrirla real entre la gente que se encontraba en el enorme edificio, pero no estaba aún ahí, todavía habrían de pasar interminables minutos para poder sorprenderse con su presencia que ya intuía y parecía respirar en el húmedo aire acompañado de viento.

Ese espacio sin ella lo aprovechó para registrarse, con el presentimiento que dentro de poco podría compartir un pedazo de su vida, un tiempo que no era suyo, unos segundos robados a la realidad, a la casualidad que a fuerza de aferrarse se convertiría, si todo salía bien, en algo concreto y posible de tocar.

De pronto, en esa espera, vibró su celular, y él supo con certeza que era ella, sintió en su estómago, en todos los dedos, en cada parte de su ser, un hormigueo pues sabía que estaba a unos pasos de verla, hasta ese punto nada y todo era posible, leyó en la diminuta pantalla: -“ya llegué, estoy aquí”, y decidido bajó las escaleras para buscarla, del todo y nada que tenía a su alcance, con una sonrisa le apostó a todo.

A lo lejos la descubrió volteando para un lado y otro, tal como la había visto en imágenes, con su largo pelo negro ligeramente ondulado, esa mirada atrayente, cercana, distante, pero sobre todo con la boca siempre dispuesta para sonreír, y su cuerpo… era justo como lo había visto reflejado en diferentes poses: generoso en carnes, opulento, desbordado entre la ropa, como preso en la mezclilla y el algodón, más propenso a sábanas de seda, libre y sin ataduras.

Él supo al estrechar su mano, al abrazarla sin mucha fuerza y darle un beso en la mejilla, en ese primer encuentro, que posiblemente habría oportunidad de tocarla con mayor detenimiento, que sus manos calmarían su nerviosismo en su piel, que tal vez sus dedos tocarían sus labios, y que su cuerpo vibraría con el suyo si la diosa del amor y los deseos estaba dispuesta a aceptar la ofrenda que ambos habrían de ofrecerle, sobre todo si ella también lo deseaba.

En un instante se hizo de noche.

Después de que ella se registrara y le fuera otorgada su pulsera de acceso, mientras empezaban a conocerse realmente, decidieron salir en busca de un espacio que habría de cobijarlos durante los días en que permanecerían en la ciudad, en ese ir y venir para encontrar un refugio, los tres decidieron alimentar primero el cuerpo, ya habría oportunidad de darle reposo al espíritu, todavía quedaban algunas horas de la noche para alimentar los deseos.

El diálogo entre ambos no pudo ser más fluido, parecía que él la conociera de años, y lo que inició en un local rodeado de otros comensales, se prolongó más adelante afuera de la habitación, los dos sentados mientras la lluvia los protegía, solos, en la oscuridad, apenas iluminados por unas lámparas cómplices que escuchaban sus confidencias, sus problemas, pero también sus planes y sueños.

De esa manera se fueron amontonando los minutos, sin que ellos se dieran cuenta que gracias a las palabras se despojaban al mismo tiempo de sus temores, que afortunadamente, así como la lluvia agota a las nubes, también una buena conversación te libera de la carga que traes encima.

No hubo necesidad de tocarse en esa primera noche, lo único que los acarició fue el susurro de sus propias voces, que permaneció junto al suave golpeteo de las gotas en los techos, de esa suave agua del cielo que los envolvía semejante a una cortina, como una invitación a continuar conociéndose, una promesa para el siguiente día, una invitación para la próxima noche.

Antes de despedirse, él pudo finalmente acercarse a ella, y sin prisa, con la calma que sólo puede dar la certeza que unos ojos en la oscuridad te ofrecen, le dio un suave beso en los labios, con el compromiso de verse unas horas más tarde.

Al día siguiente, con el trajinar del evento y con su pequeña compañía pegado a él, apenas si tuvo tiempo de darse cuenta que la luz se había agotado y que en el firmamento las estrellas se insinuaban acogedoras como una señal de lo que vendría en un futuro inmediato.

Recibió de ella dos mensajes breves, y con esa costumbre de años él busco algún secreto cifrado en los pequeños textos del celular, más allá de lo que las palabras mismas informaban: "No podré verte temprano, pero les deseo suerte"... y "Llego en la noche, llevo tequila y muchas ganas de estar contigo", ambos mensajes, no obstante, lo hicieron sentir bien.

Apenas si terminó de leer el segundo mensajito, cuando decidió sin pensarlo mucho, alquilar una habitación contigua a la suya, un nuevo espacio en el que si los astros se alineban de manera correcta, él también tendría la posibilidad de buscar esa anhelada sincronía, y volvió a sonreír al pensarlo.

De nuevo la noche apareció de la nada.

No supo en qué momento cerró los ojos, pero al abrirlos escuchó que un auto se estacionaba fuera de su habitación, se levantó de la cama, se tocó el cabello y supo que no estaba soñando, salió a la oscura y cálida noche y la recibió con otro beso.

Sin ponerse de acuerdo, como si ya supieran lo que habrían de hacer, entraron a la habitación contigua, se abrazaron, casi sin despegarse uno del otro, se sirvieron en un solo vaso hielo y tequila, lo acercaron primero a una boca y luego a la otra, después se besaron largamente.

Las manos de él buscaron con afán, pero al mismo tiempo con delectación los pechos de ella, y pudo sentir como los pezones cobraban vida propia, como se erguían todavía entre la ropa ante la caricia de los dedos, que los urgían a liberarse, a disfrutar sin restricciones de sus caricias, en pocos minutos sus prendas adornaron el piso de la habitación, y con todos sus sentidos empezaron a conocerse mutuamente.

Ese diálogo que habían iniciado un día antes, ese compartir experiencias bajo el arrullo de la lluvia, lo estaban continuando ella y él en el resplandor de una cama blanca, con el cobijo de unas sábanas, sólo con caricias y miradas.

En esas dos noches ambos descubrieron que todo es posible, que por más increíble que parezca, si dos personas que nunca se han visto, que sólo han compartido unas cuantas palabras por escrito, y que confían en su instinto, en una imagen, en una mirada que no va dirigida a ellos, pero que sienten que les corresponde, los sueños se convierten en realidad.