domingo, julio 24, 2005

CULITOS DE MELÓN

Para Noemí, con cariño


La fruta se desparramaba entre mis dedos, tenía hueva de levantarme por un tenedor, sentía la frescura resbalosa de los trozos desvergonzados y pulposos de la papaya, la sandía y el melón, hasta la manzana con su dulce dureza se retraía al sentir mi contacto, en ese momento todo me valía madre, aún estaba intacto en mi recuerdo y en mi piel el cuerpo de ella...

Podía escuchar a lo lejos, como en un sueño goloso, la música de Los Alegres de la Sierra, como telón de fondo de una tarde redonda que inició poco antes del medio día y concluyó en un gozoso y delirante estallido después de las seis:

"Suerte he tenido de conocerte...
pues yo estaba triste con mi soledad...
Llegaste a mi vida como una paloma
me enseñaste el camino a la felicidad..."


Sabía muy bien que no podría levantarme de la cama en las próximas horas, en toda la noche. Estaba exhausto pero feliz. A pesar de que tenía buen rato que ella se había ido, todavía estiraba la mano y podía tocarla, podía sentir su consistencia, la tersura de cada una de las porciones que tuve la fortuna de degustar hasta saciarme, hasta decir: "estoy lleno de ti".

Me gustaría contarles cómo comenzó todo, cómo fue todo, y posiblemente, si lo hago, si ustedes comparten mi secreto, ella seguirá conmigo…

Era un martes de vacaciones, como quien dice un domingo para el espíritu y un día para el disfrute, estaba acostado y no sé cómo pero de pronto me vi en la calle, caminando entre los puestos de un mercado, no había nadie cerca, todo se encontraba desierto, quería ver más allá de lo que mi ojos me permitían al andar sin lentes pero después de unos metros nada.

Podía sentir en mi nariz el dulce aroma del pecado, casualmente los otros olores no los encontraba, estaban perdidos para mí, caminaba casi a tientas, era como una bruma que me rodeaba, de pronto su figura se abrió paso llenándome de color la mirada.
Su piel de un tono ligeramente amelocotonado se distinguía con claridad, nos vimos sin vernos y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo caminamos uno al lado del otro, sabiendo que pronto pasaría algo, rozándonos de cuando en cuando como sin querer pero deseándolo ambos más que nada en el mundo.

De pronto me sentí con las manos repletas de fruta, una enorme canasta de mimbre a punto de desbordarse conteniendo un racimo de plátanos, uvas, fresas, melón, rebanadas de sandía, manzanas y una enorme papaya se mecían alegremente al compás de mis pasos, ella se sonreía, parecía divertida de verme en esa situación, sin darme cuenta, en un momento, los dos llevábamos la canasta, a pesar de todo no pude sentirme ridículo, al contrario, una suave excitación comenzó a subir por mi cuerpo.

No sé cuánto tiempo caminamos así, pero en un parpadeo estaba abriendo la puerta de mi casa, que por cierto no era la mía o al menos me era difícil reconocerla, todo seguía envuelto en una bruma, sólo nosotros dos nos encontrábamos enmarcando esa neblina ámbar parecíamos rodeados en una enorme áurea.

Cuando me di cuenta ya estábamos en la pequeña barra de la cocina. Ella sostenía la fruta y lentamente me la iba dando para que yo la partiera con un cuchillo afilado que despedía un brillo cegador de manera continua, esta sencilla acción aparentemente sin importancia era todo lo contrario, la realizábamos como un ritual y con cada porción de fruta que caía en el plato mi excitación crecía.

Ambos estábamos desnudos.

Empezamos a compartir los trozos de papaya, de sandía, de melón, las fresas que parecían de temporada, cada quien introducía un pedazo en la boca del otro y cuando menos nos dimos cuenta ya nos comíamos entre nosotros, en la barra, en el piso, de pie, sentados, podía escuchar claramente mi respiración pero no así la de ella, en ese momento eso no me importaba.

Cuánto tiempo estuvimos, no tengo idea, lo cierto es que como si nos hubiéramos puesto de acuerdo siempre sin hablar, tomamos el inmenso cóctel y, antes de tumbarnos en la cama, la cubrimos con toda la fruta para sentirnos parte de ella y confundirnos, de pronto sus pezones eran dos uvas, su pubis una rebanada de sandía…

Les repito que no puedo medir en horas lo que pasó esa tarde de bruma, nunca he vista tan cerca la felicidad, nunca he sentido en mi boca la frescura que tuve oportunidad de saborear, de pronto quise abrir los ojos para verla y no pude, tenía que mantener los ojos cerrados para sentirla a mi lado, para seguir oliendo su esencia, para continuar con ella.

Cuando finalmente abrí los ojos, sólo un plato de fruta estaba en mi cama y los trozos se desparramaban entre mis dedos, pero el recuerdo de ella se mantenía intacto.

Estoy seguro que en la noche, cuando vuelva a cerrar mis ojos, mientras me como unos cubitos de melón, éstos dejarán de ser simples trozos de fruta y se convertirán en otra cosa para mí, como esa tarde cuando la conocí entre mis sueños.

1 Comentarios:

Anonymous noemi dice...

Curioso caso... encuentro ésta carta para mí, cuatro años después, dime si la vida no increíble.

7:30 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home