jueves, julio 07, 2005

EL SONIDO DEL BAJÍO

Para Disquet y Martha X



Este post lo escribí hace doce años, lo publicaron en un periódico de la vida nacional y ahora lo reproduzco, con ligeros cambios, como un homenaje a Memín, el “símbolo del racismo”, para morirse de risa o de coraje. Y también me pregunto cómo el personaje de un cuento puede provocar esas mafufadas gringas, al rato van a salir conquel Payo es una burla a los “vaqueros” texanos del proyecto, ese sí racista.

En el barrio de Mixcoac hay dos hermanos que tienen un local de revistas usadas. Llevan en ese changarro ya cerca de quince años. Lo inició primero uno de ellos –el mayor, Pedro- pero su hermano Ramón tuvo la iniciativa de introducir revistas “prohibidas” y el negocio prosperó...

Yo los conocí hace muy poco tiempo. Nunca pierdo la oportunidad para husmear siempre que me encuentro un lugar de esa naturaleza, no me da pena confesar que soy uno de esos admiradores de cuentos viejos: El Payo, El Charrito de Plata, Memín Pingüin, Kalimán... y me encanta revisar la mercancía sin fijarme mucho en el aspecto del sitio.

Hago referencia a esto último, por la impresión terrible que despierta la simple vista del lugar, cuyo nombre. “El sonido del Bajío”, mas parece indicar el de una taquería, pulcata o, en el mejor de los casos un café de lectura de tárot, pero si a ello le añadimos la oscuridad que impera dentro del establecimiento, nos da para pensar en muchas otras cosas.

En fin, el caso es que yo caminaba tan quitado de la pena por Centenario, cuando al ver el nombre del local recordé mis raíces y quise sentirme cerca de mi tierra, de plano busqué amparo a los problemas diarios sumergiéndome en la búsqueda de cuentos e historias inverosímiles, me dije a mí mismo: “chingao, un retorno a la niñez, no pasa nada”, y entré.

Decidí en primer lugar preguntar la razón del singular nombre y Ramón fue el que me atendió, sin conocerlo comprendí que una de las características de este señor, a diferencia de mí, no es la cháchara interminable, sino al contrario, su mandíbula cuadrada parecía atascada entre sus dientes, pero todo fue cosa de mirarlo y decirle la causa del bautizo del local, cuando su rostro se transformó.

Me reveló que habían escogido ese nombre, su hermano y él -en ese momento salió el regordete de Pedro- porque ambos recordaban su Sanfe querido cuando el aire de la calle penetraba las revistas viejas, mohosas, derrotadas, tristes por lecturas voraces de una mirada, y susurraba o parecía susurrar una antigua melodía que les cantaba su madre.

No tuve tiempo de enternecerme, cuando intenté decir algo, incluso confesar que yo era de Guanajuato, los dos me hicieron un guiño y con las manos un gesto displicente, recorrieron a un lado las cortinas que separaban el cuarto y pude ver la colección de revistas prohibidas, los tres sonreímos al mismo tiempo.