EL CHINO HILARIO
Habita en un oscuro callejón, sumergido e inerme...
Su cuerpo yace tendido horas y horas, sólo se levanta para conseguir el sustento diario: un desperdicio recogido en la calle, cualquier sobra de comida que alguien le regale.
Vive cerca de la vieja estación del tren, a pocos metros de las “chabelas”, cortesanas milenarias con sonrisas compradas que lo conocen bien sin conocerlo.
Su origen es dudoso, una mezcla informe corre por sus venas: sangre india, sangre del oriente, es el “Chino Hilario” para los del barrio, un lumpen para todos los demás.
Una cosa lo caracteriza, además de la mugre, la espalda encorvada y que siempre anda descalzo, ese murmullo de palabras intermitente que sale de su boca, las cuales, si uno escucha con atención, no significan nada. Repetición obstinada de frases sin sentido.
Los años corren sobre su cuerpo dejando la huella imborrable de la desolación, marcando arrugas en la corteza rugosa llena de costras formadas por el tiempo. Una edad sin números, una edad hecha con extractos regados en las esquinas de las calles Primero de Mayo, Isabel la Católica, Bolívar, Avenida del Trabajo, Lindavista, donde ha dejado huella con sus pies costrosos morbosamente desnudos.
Nada lo perturba, el “Chino Hilario” permanece, parece una más de las estatuas de héroes ilustres y nobles, con sus cacas de palomas sobre el hombro y la calle como un pedestal.
Si una persona intenta acercarse a él y le pregunta algo, su murmullo inteligible cesa, los ojos se agrandan simulando un asombro que no existe, una mueca de farsa cruza el rostro ajado, luego, el parloteo vuelve constante.
Al verlo dormitando el único pensamiento es que así debe ser la muerte mientras descansa, pero al verle a los ojos sólo encuentras algo parecido al purgatorio reflejado en las láminas de Doré. La rutina puede ser para el “Chino Hilario” una forma de flagelarse, y es posible reconocer el miedo en ese cuerpo marchito, un miedo a la nada.
Han pasado varios días en que nadie lo ha visto, para mí el viejo vagabundo es un ser extraviado, una catarsis que nunca acaba, es la representación de la tragedia sin gozo, de la pérdida sin realización y me he acostumbrado a verlo.
Voy a buscarlo, me han dicho que ha muerto presa de un delirio verbal pero no lo creo, salgo fuera de su “territorio” preguntando por él, sólo yo parezco conocer al “Chino Hilario”, es como una sombra que al salir de sus límites no deja nada.
Alguien me dice que lo vio por el Estadio, pasando la colonia Moderna, cerca de las vías del tren, apenas alcanzo a ver cuando sube a un vagón, lo noto distinto, cuando escucho el pitido de la máquina anunciando el movimiento del tren, el “Chino Hilario” me mira, sus ojos brillan y entonces sin que yo lo espere él me sonríe, luego se sienta y con la mano me dice adiós, antes de que pueda contestarle el gesto, bajo la mirada y compruebo que ya está calzado, extrañamente trae unos tenis viejos pero brillantes.
No puedo evitar sonreír, le deseo la mejor de las suertes.
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