YO TAMBIÉN HABLO DE LA LUNA
Por los 36 años cuando la luna dejó de ser virgen
y nacieron otros astros en una tarde de julio
Había pensado escribir acerca de la luna.
De hecho hice varios intentos utilizando párrafos iniciales como los siguientes: “Han pasado treinta y seis años desde que el hombre pisara por primera vez el solitario satélite...”, “Permanece lejos de nosotros, impávida, blanca y serena...”, “En la noche, y algunas veces en el día, aparece ella, como una compañera distante, pero permanente: la luna...”.
Todos ellos de una sobriedad visible, aunque también intenté ser festivo: “Luna, lunera cascabelera...” y popular: “Cuando la luna se pone redondota como una pelotota y alumbra el callejón...”.
Pero al estar en el momento más inspirado y ya dispuesto a plasmar en palabras poesía de corte celestial, abrí la ventana para poder contemplar con devoción ese objeto femenino distante y sereno. Entonces, vi que unos gatos le cantaban con melancolía a la luna desde la azotea de enfrente.
Después, al voltear hacia la esquina de la calle donde vivo –gesto característico de un vouyerista nocturno- pude observar a una pareja que, entre besos y suspiros, miraban con deleite hipnótico el inefable rostro lunar, tal vez pensando en el goce amoroso que provoca su delectación.
También comprobé que en los periódicos del día, veinte reporteros distintos habían escrito una nota sobre ella: desde sus cráteres hasta su tamaño y distancian mencionaban con fría prosa.
La televisión reseñaba en imágenes cómo la luna había perdido su plenaria virginidad con los pies de un hombre, y repetían la escena una y otra vez como en un acto orgásmico interminable con el voluptuoso regocijo del comentarista en turno.
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