HOTELES DE LA MERCED, HOTELES DE LA ROMA, UN POCO DE TRAUMA
Hace unas semanas, y de nuevo ayer, tuve la oportunidad de viajar a la Ciudad de México, a la Ciudad de Dios, al menos del emplumado, a la capital del país, al Detritus Defecal, a la Región Más Transparente… y muchas cosas pasaron por mi mente, pero una emergió de entre las demás: “ya no soy de aquí, posiblemente nunca lo fui, ya soy otra persona…”.
Leyendo un post de Aus, “Variaciones de una Ciudad”, en donde aparte de la desesperación por la situación que vive el defe, el autor señala que la razón de escribir fue derivada de un texto de José Emilio Pacheco, quien entre otras cosas apunta: “Hasta hace poco me despertaba un rumor de pájaros. Hoy he descubierto que ya no están…” y obligó al posteador o bloguero a preguntarse:
¿Será que nuestra Ciudad murió y aún no nos hemos dado cuenta?, ¿estaremos en proceso de descomposición?, personalmente prefiero la incineración a seguir viendo cómo los gusanos acaban con cada una de nuestras fibras sensibles...
Estas preguntas me motivaron a dejarle un comentario, pero también a reflexionar sobre la que una vez fue “Mi Ciudad”, y por ahí se comentaron varias cosas, y una de ellas es que no debemos hacer literatura del árbol caído, me gustaría compartir con ustedes mi comentario y después describirles los veinte minutos que caminé por las calles, algunas de las cosas que vi, sólo por el puro afán de que este lastre que llevo conmigo sea más ligero con su ayuda.
Viví durante 28 años en la Ciudad de México, cuando nació mi primer hijo decidí emigrar a la tierra de mis abuelos y de mis padres, al lugar donde nací, y no me arrepiento. Hace poco fui al Detritus por razones que no viene a cuento mencionar, tuve la oportunidad de caminar desde Izazaga hasta Bellas Artes, en ese recorrido de 20 minutos curioseando pude comprobar que algo está pudriéndose, y no es la ciudad, es la gente. Desafortunadamente no encontré una sonrisa en ninguna calle, ni en el metro, ni en las librerías a donde entré, no sólo los pájaros han dejado de cantar. Lo bueno es que mis hijos aquí los escuchan a diario y eso es un alivio.
Las razones que me obligaron a regresar al D.F., -se lee y se oye horrible, verdad- fueron variadas, pero la que me hizo caer a la calle de Izazaga fue una muy concreta: solicitar una copia de una acta de nacimiento, ya el sólo pensarlo puede aterrorizar a cualquiera, estar en la Oficina del Registro Civil es otra cosa.
Está de más decirles que duré cerca de dos horas formado, llegué a la ventanilla y me acosaron con preguntas tan terrenales que no vale la pena nombrar, lo concreto es que me fue imposible responderlas y en el proceso de investigarlas tuve que hacer fila nuevamente hasta que obtuve una ficha que me obligó a regresar tres días después por el citado documento.
Al salir de esta oficina, tuve algunas opciones: tomar un taxi, tomar el metro, caminar un rato por las calles y después hacer cualquiera de las dos primeras, opté por lo último, quería recordar esos viejos tiempos cuando me “perdía” entre la gente, observando todo y deteniéndome de vez en cuando en alguna librería de viejo.
Emprendí la marcha por Izazaga hasta llegar al Eje Central, en esas dos o tres calles escuché todas las fórmulas para tener una piel fresca sin ronchas, sin barros, sin paño, el cutis de “una artista de cine”, también una bocina te aconsejaba el mejor remedio para mantener en alto tu virilidad, para que no deje a la chica a medias, lo extraño es que nadie sonreía ante estas cosas.
Todavía no llegaba al Eje, cuando percibí que la calle no sólo era un hormiguero de personas, sino también de puestos ambulantes o semifijos, que sabrá el peje cuándo se quitan, si es que lo hacen, la mayoría de ellos con mercancía “de primera” y lo mejor a la vista de todos, con una democracia genuina, sin distinción de sexo, edad o clase social.
Sin detenerme noté que algo prevalecía en casi todos ellos, se peleaban por mostrar de la mejor manera posible sus productos, discos en formato VCD o DVD con material pornográfico de toda clase, con imágenes “duras” sin mayores rebuscamientos, pero algo me pareció “novedoso”, y no sé si lo sea, pero tuve la oportunidad de preguntarlo y no lo hice.
En portadas completamente blancas, sólo con letras grandes se leía en muchos de los discos a la venta: HOTELES DE NATIVITAS, HOTELES DE LA ROMA, HOTELES DE TEPITO, HOTELES DE ACAPULCO… así hasta agotar la imaginación.
No quise buscar, pero estuve tentado a hacerlo, esperando encontrar hoteles de mi tierra, ya no sabía si sonreír o ponerme serio como todos, así que seguí caminando.
Les juro que cada cierto tiempo volteaba a ver a la cara a la gente, pero nadie tenía los ojos fijos en algo, andaban como huyendo, yo mismo me sentía así, pero en eso me detuve en un puesto de libros que estaban tirados en el piso, creí ver por un momento un título que me interesaba, así estaba yo cuando a mi lado escuché que un muchacho le decía posiblemente a su novia: “fíjate, ese es el video que te había dicho”.
No debí de haber hecho caso a mis oídos ni respetado lo que mis ojos vieron, en el puesto a un lado de mí, otro puesto de infames películas, les estaban “calando” una, se trataba de escenas de la vida real sobre muertes violentas, asesinatos de la guerra de Afganistán, corridas de toro, casos de tortura, mientras el vendedor juraba por su madre que eran genuinas, y que tenía las tres partes, su título: TRAUMA.
Me quedé helado, en los dos minutos que tardaron en darme el cambio, se vendieron más de ocho discos y se hizo una bolita en torno del puesto, me sentí mal, tomé mi libro y casi me fui corriendo, subí al metro y empecé a leer para olvidarme de lo que había visto y escuchado, hasta la fecha no lo consigo.
¿Creen ustedes que la gente de esa Ciudad no se esté pudriendo? Yo ya no sé qué pensar, y lo malo es que acabo de cumplir años y ese al parecer fue uno de mis regalos, la verdad no lo quiero, prefiero seguir recreando la realidad con ustedes.
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