LA CALLE DE LAS VIUDAS
Para Aus con afecto
Primero se fue el señor Gonzalo, luego le llegó el turno a Don Esteban, más tarde fue el licenciado Manríquez, después los nombres se fueron olvidando, poco a poco todas las figuras paternas desaparecieron...
Unos lo hicieron de manera en apariencia apacible, a otros les llegó la muerte violenta, algunos simplemente salieron de sus casas y nunca regresaron, dejaron atrás lo que todo el mundo empezó a llamar “la calle de las viudas”...
Cerca del parquecito conocido como “De las bombas”, a tres calles del mercado, poco antes de llegar al basurero, junto a dos talleres mecánicos llenos de carros viejos, inicia la calle Esperanza.
Durante muchos años era imposible transitar entre sus banquetas y pavimento, niños de todas las edades andaban por aquí y por allá; gritos, algarabía, ganas de jugar en cada esquina, los sonidos de la vida se escuchaban por todas partes, se podía respirar a la gente.
Un día todo esto se acabó. Los juegos se terminaron, de pronto dejó de escucharse “el bote pateado”, los “declaro la guerra en nombre de...”, el que meta su gol para... ya nadie saltaba la cuerda, y también dejaron de pintar el suelo con gises, a todos se les olvidó buscar una teja, un pedazo de papel mojado.
Aunque hace mucho que no se habla de ello, apenas si alguna anciana se atreve a pensarlo, ellas saben porqué los niños se fueron, y también porqué sus esposos ya no están, saben la razón... ésta se encuentra en su mente y en sus diarios pensamientos.
A ninguna de ellas se le olvida cómo ocurrió el accidente, en su interior le llaman: “Aquello”, “Ese día”, “No”... se dicen a sí mismas cuando piensan en eso.
Pero todas lo saben, toda la gente que conoció la calle, que transitó por ahí, que caminó entre sus niños, sabe muy bien lo que pasó.
Era un día normal, así es como suelen ocurrir las cosas, apenas si las nubes estaban terminando de instalarse, todavía se podía sentir en el olfato la frescura del pasto cuando el rocío empieza a evaporarse.
Ella se llamaba Flor, pero hasta quienes no la trataban le decían Florecita, la pregunta que todos se hacen es ¿cómo no la vieron? Ya los vecinos estaban acostumbrados a sortear los obstáculos infantiles, a detener el tiempo cuando entraban a la calle, a quitarse la cara dura, el gesto amargo, algo cambió ese día, cuando esta pequeña niña quedó bajo las ruedas de ese carro.
Lo peor, el responsable o irresponsable, el padre de su mejor amiga. Fue en ese momento, durante esa matinal desventura que todas las sonrisas terminaron, en ese instante que la naturaleza de las cosas desvió su curso. Empezaron los odios, hubo culpables. No sólo fue el conductor, sino los mismos padres y madres que no supieron cuidar lo que tenían, también las niñas y niños perdieron su inocencia.
La discordia terminó con todo. Entonces se presentó la primera muerte, después otra y otra más, así se acabaron los hombres. Los pequeños, por su parte, desaparecieron entre las cortinas, atrás de las ventanas se podían ver muy al principio sus ojos, poco después nada.
Ahora sólo existen en esa calle, antes de la Esperanza, ancianas solitarias, sin ilusiones, que muy de cuando en cuando reciben en esas casas, también olvidadas, la visita rápida de quien ya no puede vivir entre esas cuatro paredes.
1 Comentarios:
Ce pequeño, me haces pensar en el desaliento... y lo que cunetas me hace pensar y pensar...
Un abracillo.
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