NIÑA DE OJOS TRISTES
Sin duda, para ti Cristina
Cuando terminé la secundaria salí tan mal (lo mío en definitiva no eran los números ni la química ni la biología), que pensé en dejar los estudios y en dedicarme a otras cosas, que en ese entonces consideraba más productivas, pero una de las razones para no continuar era más terrenal que cualquier otra: mi estatura.
Yo medía, a los catorce años, poco antes de cumplir los quince, menos de un metro cincuenta y cinco, y era, por mucho, el más pequeño de toda la escuela, por no decir el más zotaco, algo difícil de resistir, hasta para mí.
Todavía no sabía lo que era sentir un beso en la mejilla mucho menos en la boca, y una vez que me atreví a decirle a una niña, a preguntarle, la razón para que a mí no me saludara ni se despidiera de beso, como con otros amigos, su respuesta acompañada de una gran risa que todos escucharon, me hizo poner colorado.
-¡Miren, también Chávez quiere beso, qué tierno!
Bueno, en esas vacaciones de principios de los ochenta cuando todos empezaron a dejarse el pelo esponjado, yo decidí encontrar trabajo. Empecé en unas oficinas, en la empresa donde trabajaba mi viejo, como corre-ve-trae llevando papeles y, algunas veces, hasta cobrando la renta de unos departamentitos que administraba el licenciado, gerente de la compañía.
Ahí me ocurrieron algunas cosas buenas y otras malas que después les contaré, pero donde realmente sucedió algo que me cambiaría la vida fue trabajando, poco después, en un taller que reparaba televisiones ya viejas para la época, unas grandes, de mueble de madera, Philco creo, y otras, Admiral.
En sí, el taller daba servicio a domicilio, ese era su fuerte. Poco se realizaba en el pequeño local, en el reducido espacio en el que trabajaban dos técnicos y un ayudante, ese último yo. Mi tarea consistía en las mañanas en limpiar las bases donde reposaban los transistores, los bulbos y esas pequeñas piezas que hacían funcionar las pantallas.
Ya en la tarde mi labor tenía otro rostro, tanto uno de los técnicos, un señor flaco parecido a Viruta, como yo, nos vestíamos con unas batas ridículas que nos hacían ver como doctores de pueblo, y él muy serio y yo siguiéndole con una caja de herramientas metálica, grande para mi cuerpo, nos subíamos a un viejo vocho, un clásico todo destartalado que había conocido mejores tiempos.
En el primer recorrido descubrí algo que me maravilló, que a los lugares a los cuales íbamos, casas antiquísimas en colonias vacías de anquilosados patios y salas enormes, sólo vivían ancianos solitarios con dinero encima, algo que yo nunca había visto.
Mansiones señoriales abandonadas, en donde nos abrían la puerta sirvientes serios, con cara avinagrada y nos hacían pasar al cuarto de la tele, algo que siempre me despertaba una sonrisa, yo que dormía con tres hermanos en una misma habitación, pensar en sitios que tenían hasta teles con su propia recámara.
Así pasaron una dos semanas, y las casas todas parecidas, viejas pero con su televisor en cada una de ellas, y siempre era la misma falla, la imagen subiendo y bajando, y casi siempre, todo consistía en moverle atrás a una perilla del horizontal, corregir la antena y extender el recibo.
Un día, uno de esos que sientes que no pasará nada y caminas como autómata, todo fue llegar a una de esas casas cuando percibí, desde afuera, que algo se movía en la ventana de la sala, antes de que nosotros tocáramos siquiera el timbre.
Eran unos ojos café claros como suspendidos en el aire, y sólo yo los había contemplado en esa tarde que se quedó flotando en ese momento ya en mi memoria.
Pasamos a la sala, uno preocupado por una caja de bulbos, y otro en esos ojos ocultos. Por alguna razón pedí permiso para ir al baño, pensando encontrar en el trayecto esas dos pupilas que, podía jurarlo, sólo estaban esperando mi llegada.
Así fue.
A la mitad del camino ella me salió al paso. Tenía una sonrisa tan cercana a lo que yo imaginaba, que sentí cómo me cubría una especie de resplandor, un halo de colores en todo el espacio que ambos ocupábamos.
La sonrisa parecía no tener nada de relación con sus ojos, unos ojos tan tristes que podías sentir la tibieza de la oscuridad si te metías en ellos, con una profundidad semejante a un pozo de los deseos y un imán hipnótico imposible de despegar.
Los dos nos quedamos de frente, viéndonos sin vernos en realidad, apenas respirando, y entonces ella se acercó y me dio un beso tan dulce que todavía lo recuerdo en la punta de mi pensamiento.
No supe en qué momento alguien me tocó el hombro, era Viruta que esperaba por la herramienta, era el técnico enojado por mi tardanza, que requería de un desarmador de cruz, y de una mano para el trabajo.
Regresé a mi mundo, pero ese instante mágico se había quedado en el espacio donde me besó la niña de los ojos tristes, y a pesar de que poco después regresé al baño, y me di vueltas por otros lugares de la casa no pude volver a verla.
Después dejé ese trabajo, volví a la escuela, sin pensar en otra cosa que retomar mi vida, por fortuna las materias fueron cubiertas y a la vuelta de unos meses había crecido varios centímetros sin darme cuenta.
Casi siempre, juraría que todos los días desde aquel primer día, cuando paso por viejas casonas en cualquier ciudad o país donde me encuentre, trato de voltear las horas del reloj y buscar tras algún cristal, tras alguna ventana de la planta baja, unos ojos café claros suspendidos en el aire.
Y hace poco, por fin, acabo de encontrarlos.
12 Comentarios:
BONITO"!!!!!!!SLAUDOS!! XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
ufff qué bello!... creo que a medida que los años pasan el gris de los recuerdos nos da miedo... afortunadamente soy todavía joven...
Soy casi tan pequeña de estatura como lo eras vos a esa edad...claro que en una mujer las cosas son distintas no? Mido 1,54 y me ha ido bastante bien con el metro y medio a cuestas. Supongo que los hombres ven a una criatura digna de ser cuidada por su fragilidad!... quizás tanto no se equivoquen...
En fin!... muy lindo relato... un gusto haberte leído!!!
Que belleza....
leo, re-leo, respiro y me quedo unos instantes mirándo las letras, el matiz de fondo, el aroma que le impregno, la habilidad de encontrar-me...
Leo y releo ahora susurrando...
me quedo mirándo mi reloj, e intento parar el segundero...al mismo tiempo que aguanto la respiración....
después...
suelto el resto de los besos... andando al ritmo de los segundos...
nuestros...
MUCHAS GRACIAS MI CE PEQUEÑO...
por ésta sonrisa eterna...
y por mirar hacia las ventanas....
tqm:)
besos en los ojos...
Hay algo en tu forma de relatar que me hace sentir como que estamos sentados, tú mirando a ese lugar donde tu relato se plasma en la realidad, y yo, fascinada por la magia que envuelven ciertos eventos que a menudo dejamos pasar, pero que, gracias a Dios, ellos no nos dejan pasar :P.
Saludos, Ce, y gracias por tus comentarios en mi blog, ya mero termino de afinar la tercera parte del cuento :P.
Me conmueve este relato Ce. Y sus líneas finales enfatizan su delicadeza y su sinceridad.
Así esos ojos tristes sonreirán porque hallaron los tuyos.
:)
Será la hora de los ritmos lentos: dormiré con el recuerdo de tu relato.
Gracias David por los saludos, y por tus palabras, por pasar, bienvenido a estas ruinas, acá seguimos con los recuerdos que se convierten en realidades.
Un abrazo.
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Mi querida Flor, qué puedo decirte en relación a lo gris de recordar, no, en realidad no da miedo ni el color es de ese tono, al contrario, es un gusto hurgar en la memoria para darte cuenta que las cosas terminan por ser encontradas y que la fragilidad se ha ido.
Y para eso no importa ni la madurez ni la juventud de los años ni la de los recuerdos, que ésos siempre son jóvenes, permanecen de la misma edad.
Te agradezco que hayas disfrutado la lectura.
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Mi Cielo, si ya sabes que esto es tuyo, que los ojos no son otra cosa que la mirada de mis afectos, de los que se quedaron allá y de los que llegaron a encontrarse con los míos.
A veces quisiera que las horas se voltearan y que los segundos no se escurrieran, a veces quisiera tantas cosas que me conformaría con una.
Tú lo sabes.
Es como tocar sin apoyar los sentidos, es como acariciar las palabras que se transfiguran...
Besos encontrados.
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Oye Ale, pues así estamos, los dos sentados compartiendo las palabras que fluyen al ritmo del pensamiento que se desborda en las noches y en la mañana y en las tardes y de nuevo otra vez.
Y que pasan y no pasan, que se ven y se quedan.
Oye, no agradezcas nada, al contrario, si el que sale ganando soy yo.
Un saludo.
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Híjole Vir, a mí tu nueva identidad me suena un poco a una de esas señoronas nocturnas que con ropajes oscuros se ocultan en laberintos añejos.
Como si fueras una dominatrix darkiana o draconiana y yo sé que no lo eres.
Para mí eres una mujer de vidrio, y no por frágil, sino por transparente... pero bueno... ya me alargué, como siempre.
Espero que el sueño ganado a la vera de los recuerdos sea apacible, que esté cargado de imágenes suspendidas en el tiempo.
Como cuando éramos niños.
Y esperábamos tanto sin entonces saberlo como lo entendemos ahora.
Un abrazo Virginia MT, misses asterix.
Dulce relato. Me gusta la ambientación que usaste.
Que bueno que te gustó la historia Tramontana, que vas y vienes como el viento. Y sí, en efecto, fue un dulce recuerdo y un deseo presente.
Un saludo, uno de esos que permanecen.
¡Jajaja, es que soy una señora y sí soy noctámbula y quién sabe draconiana!
¡y quién sabe qué maaaaaás!
:)
Mi querido Ce, a veces no entiendo nada y luego entiendo todo.
Nos vemos. Cuídese usted.
:)
Misses Asterix.
Ahh muy bonito. Esa sutil melancolía, ya sabes, que arrebata y lo llena todo.
Un saludo, mi buen amigo :)
Acabo de encontrar tu blog y me gustó este post.
Al leerlo no fue sino un Deja vú el que me invadió, casi sintiendo que te conozco desde hace mucho tiempo.
Cosas raras, muy raras, de la vida.
Posiblemente sí me conozcas Marinusk, quién nos puede decir que algún día, hace tiempo, atrás de una ventana, acaso sin que yo te viera te encontrabas tú asomada contemplando la nada, y de pronto aparecí, tratando de hurgar tras las cortinas ese rostro imaginado.
O como ahora, que llegaste simplemente y tuviste la voluntad de dejarme unas palabras en esta ventana, en estas ruinas que no terminan de caerse.
Pero mira, si no había ocurrido eso, cuando menos en este instante ya nos estamos conociendo.
Es extraño que después de que escribí este texto llegaras, hace justo un año.
Bienvenida, ya iré a visitarte.
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