jueves, julio 19, 2007

CASA DE CINCO

Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

Julio Cortázar

El plan original era sencillo: vivir. Después, por desgracia, las cosas cambiaron. Todo fue iniciar sin reglas, en una verdadera anarquía si es que esto puede ser posible. Llegar, tirar, escoger un espacio, acomodarse con unas cobijas, dejarse ir hasta el ya veremos, al fin que lo importante era sólo seguir, como casi cualquier cosa mientras vives a la providencia o atrapado en la vida, con el destino demudado cada que alguien abre la boca.

A los siete días hubo la primera manifestación que habría de prender, por lógica, una alarma, pero nadie quiso hacer caso, todos siguieron o pretendieron mirar hacia delante, no estaban las cosas para voltear en los rincones ni buscar algo y correr el riesgo de encontrarlo incluso en la mente de los otros.

Primero se acabó el gas. Luego se rompió la manija del baño. Más adelante las puertas comenzaron a tronar y a ponerse difíciles. Los muebles fueron desapareciendo sin ningún orden, a veces podía ser una taza, pero también el hueco de la mesa de centro era tan visible que se requería cerrar muy bien los ojos para no darse cuenta de ello.

No habrían de pasar quince días, cuando una tarde se presentó la catástrofe a través de un diminuto individuo que tocó a la puerta con una sonrisa lineal que algunos cínicos podrían calificar de “romana”.

-Vengo por la renta - dijo y extendió la mano, una pequeña mano transparente llena de venas azules, una mano que flotaba.

La primera opción habría sido correr, salir huyendo al amparo de un pasado sin suerte entre camellones terrosos, dejando atrás no los recuerdos ni la memoria difuminada pegada en las paredes que todavía delimitaban un espacio, sino la propia suerte de vida que los cercaba en forzosa compañía, pero nadie se movió.

Optaron por la segunda opción: pagar lo que no tenían de los bolsillos vacíos. Juntar de las carencias lo necesario, apenas lo justo para continuar habitando lo inhabitable, para seguirse haciendo compañía dentro de su soledad, temerosos de cambiar el estado oprimido de la realidad.

Todavía no habían terminado de reponerse del sobresalto, apenas si atinaban a deambular por los pasillos evitando encontrarse, silentes acompañados de sus propios ruidos, cuando el silencio fue tan profundo que ya no pudieron evitar el acercarse hacia ellos mismos.

El problema fue darse cuenta, justo en ese momento, que no tenían nada que decirse. Ni con la mirada podían comunicarse entre tanto silencio, el cuerpo no les daba tampoco para eso, en verdad que cada uno de ellos buscaba algo que ninguno de los otros podía darle.

Así, sin hablarse, uno a uno se dirigió a la salida, sin prisas, casi sin tocar el piso y las paredes, apenas sin rozar la puerta, cruzaron el umbral hasta perderse en el refugio de las calles.