ADIÓS SAMUELITO
Para todos los que se van pero se quedan con nosotros
Ayer en la tarde murió Samuel Fonseca, mejor conocido como Samuelito, un oficial de Tránsito, con 24 años de servicio, pero jubilado desde hace un par de años por estar mal del corazón, a causa de dos infartos que lo dejaron en condiciones delicadas. Él era, es y sigue siendo mi amigo.
Lo conocí en el trabajo, pues se encargaba de vigilar la vialidad, de cuidar los espacios “oficiales”, y era divertido ver cómo se conducía con la gente: enérgico pero bromista, mal hablado y respetuoso a la vez, un ser humano completo a pesar de su corta estatura (él sabe que es una broma).
No recuerdo haberlo visto nunca tranquilo, siempre andaba de un lugar a otro, hablando fuerte, con ganas de hacer mil cosas, alguna vez me contó que fuera de su chamba de toda la vida, estaba aprendiendo a reparar lavadoras, incluso se ofreció a revisar la mía sin cobrarme un centavo.
A sus 47 años era difícil imaginar que tendría problemas de salud, y menos con la vitalidad que emanaba de su ser, he conocido más gente con rostro fúnebre y mirada de muerto que siguen todavía aquí, pero ni hablar, él simplemente se fue.
Cuando tuvo los infartos, cuando supe de su estado, no lo podía creer, fui a verlo y me dijo que ya no regresaría a trabajar, que habrían de operarlo, que le harían una cirugía a corazón abierto, en sus palabras, en su mirada podía leerse el miedo, yo mismo no sabía qué decirle, evite la tristeza y le comenté que tenía la oportunidad de quedar “como nuevo”.
De esa operación, aunque exitosa, quedó claro que Samuelito ya no fue el mismo, pero de tiempo en tiempo se daba sus mañas para venir a saludarme, para traerme unos “blanquillos” que sus gallinas ponían, para regalarme una sonrisa, para darme las gracias por algo que según el buen Sami yo hice.
Resulta que por su edad, y pese a sus problemas de salud, era difícil otorgarle su jubilación, sobre todo cuando realizas tareas de gobierno, este trámite puede durar varios meses e incluso años.
Pues él me pidió que intercediera para agilizar sus papeles y yo lo hice gustoso, porque aparte de ser mi amigo, es mi trabajo y una de mis obligaciones, así se lo dije, pero para Samuelito fue un gran favor, un gesto noble de mi parte, de ahí su agradecimiento.
Una de nuestras pláticas reiterativas era esa precisamente, él me agradecía y yo le repetía que no había sido nada especial, en este zangoloteo verbal de lo mismo pero con diferentes palabras fuimos aprendiendo a conocernos más, a hacernos amigos.
Cada cierto tiempo me invitaba a su casa los sábados y yo siempre le decía que sí, pero por alguna u otra razón nunca iba. Eso no lo enojaba, de pronto pasaban unos días y regresaba para preguntarme si el siguiente sábado sí estaría con él.
La semana pasada me visitó en la oficina de nuevo, se veía radiante, uno de sus hijos entraría a la prepa y me venía a platicar de eso, esperaba grandes cosas para ellos, nuevamente me invitó a pasar a su casa, otra vez le prometí que iría y no lo hice.
Hoy me entero por el periódico que ha muerto. Le han hecho un homenaje por su trabajo, por sus años de servicio, a mí me gustaría hacerle uno por su amistad, por su paciencia, por invitarme a saludarlo, pero sobre todo por nunca enojarse cuando lo dejé esperando.
Nunca se me olvidará aquel día, cuando al ir por el tianguis con mi hija de 4 años, Mich, le dije que era su cumpleaños y le “cantó” las mañanitas entonando la melodía con su silbato de Tránsito, ese recuerdo y el de su sonrisa siempre los tendré presentes.
Descansa en paz Samuelito amigo, desde acá te estaré recordando.