lunes, agosto 29, 2005

ADIÓS SAMUELITO

Para todos los que se van pero se quedan con nosotros


Ayer en la tarde murió Samuel Fonseca, mejor conocido como Samuelito, un oficial de Tránsito, con 24 años de servicio, pero jubilado desde hace un par de años por estar mal del corazón, a causa de dos infartos que lo dejaron en condiciones delicadas. Él era, es y sigue siendo mi amigo.

Lo conocí en el trabajo, pues se encargaba de vigilar la vialidad, de cuidar los espacios “oficiales”, y era divertido ver cómo se conducía con la gente: enérgico pero bromista, mal hablado y respetuoso a la vez, un ser humano completo a pesar de su corta estatura (él sabe que es una broma).

No recuerdo haberlo visto nunca tranquilo, siempre andaba de un lugar a otro, hablando fuerte, con ganas de hacer mil cosas, alguna vez me contó que fuera de su chamba de toda la vida, estaba aprendiendo a reparar lavadoras, incluso se ofreció a revisar la mía sin cobrarme un centavo.

A sus 47 años era difícil imaginar que tendría problemas de salud, y menos con la vitalidad que emanaba de su ser, he conocido más gente con rostro fúnebre y mirada de muerto que siguen todavía aquí, pero ni hablar, él simplemente se fue.

Cuando tuvo los infartos, cuando supe de su estado, no lo podía creer, fui a verlo y me dijo que ya no regresaría a trabajar, que habrían de operarlo, que le harían una cirugía a corazón abierto, en sus palabras, en su mirada podía leerse el miedo, yo mismo no sabía qué decirle, evite la tristeza y le comenté que tenía la oportunidad de quedar “como nuevo”.

De esa operación, aunque exitosa, quedó claro que Samuelito ya no fue el mismo, pero de tiempo en tiempo se daba sus mañas para venir a saludarme, para traerme unos “blanquillos” que sus gallinas ponían, para regalarme una sonrisa, para darme las gracias por algo que según el buen Sami yo hice.

Resulta que por su edad, y pese a sus problemas de salud, era difícil otorgarle su jubilación, sobre todo cuando realizas tareas de gobierno, este trámite puede durar varios meses e incluso años.

Pues él me pidió que intercediera para agilizar sus papeles y yo lo hice gustoso, porque aparte de ser mi amigo, es mi trabajo y una de mis obligaciones, así se lo dije, pero para Samuelito fue un gran favor, un gesto noble de mi parte, de ahí su agradecimiento.

Una de nuestras pláticas reiterativas era esa precisamente, él me agradecía y yo le repetía que no había sido nada especial, en este zangoloteo verbal de lo mismo pero con diferentes palabras fuimos aprendiendo a conocernos más, a hacernos amigos.

Cada cierto tiempo me invitaba a su casa los sábados y yo siempre le decía que sí, pero por alguna u otra razón nunca iba. Eso no lo enojaba, de pronto pasaban unos días y regresaba para preguntarme si el siguiente sábado sí estaría con él.

La semana pasada me visitó en la oficina de nuevo, se veía radiante, uno de sus hijos entraría a la prepa y me venía a platicar de eso, esperaba grandes cosas para ellos, nuevamente me invitó a pasar a su casa, otra vez le prometí que iría y no lo hice.

Hoy me entero por el periódico que ha muerto. Le han hecho un homenaje por su trabajo, por sus años de servicio, a mí me gustaría hacerle uno por su amistad, por su paciencia, por invitarme a saludarlo, pero sobre todo por nunca enojarse cuando lo dejé esperando.

Nunca se me olvidará aquel día, cuando al ir por el tianguis con mi hija de 4 años, Mich, le dije que era su cumpleaños y le “cantó” las mañanitas entonando la melodía con su silbato de Tránsito, ese recuerdo y el de su sonrisa siempre los tendré presentes.

Descansa en paz Samuelito amigo, desde acá te estaré recordando.

domingo, agosto 28, 2005

OTRO DOMINGO MÁS

Apenas enciendo el día y ya la tarde se ha puesto,
en mi interior la libertad gime, se acurruca ahí dentro.
Corren mis ojos, intentan escapar, no pueden...
cae esa pesada cortina,
es noche cerrada llena de luminosidad,
llena de tantas cosas,
pero algo me dice: "deja, no es el momento".

Entonces vuelvo a lo mismo una y otra vez,
a lo mismo siempre, mil veces siempre
me miro los dedos, el teclado negro...
como un mar en movimiento
pero es la lluvia que escucho en mi ventana cayendo.

En realidad es la noche que nunca termina...
esa noche que todos conocemos llena de lluvia.

miércoles, agosto 24, 2005

LA CALLE DE LAS VIUDAS

Para Aus con afecto


Primero se fue el señor Gonzalo, luego le llegó el turno a Don Esteban, más tarde fue el licenciado Manríquez, después los nombres se fueron olvidando, poco a poco todas las figuras paternas desaparecieron...

Unos lo hicieron de manera en apariencia apacible, a otros les llegó la muerte violenta, algunos simplemente salieron de sus casas y nunca regresaron, dejaron atrás lo que todo el mundo empezó a llamar “la calle de las viudas”...

Cerca del parquecito conocido como “De las bombas”, a tres calles del mercado, poco antes de llegar al basurero, junto a dos talleres mecánicos llenos de carros viejos, inicia la calle Esperanza.

Durante muchos años era imposible transitar entre sus banquetas y pavimento, niños de todas las edades andaban por aquí y por allá; gritos, algarabía, ganas de jugar en cada esquina, los sonidos de la vida se escuchaban por todas partes, se podía respirar a la gente.

Un día todo esto se acabó. Los juegos se terminaron, de pronto dejó de escucharse “el bote pateado”, los “declaro la guerra en nombre de...”, el que meta su gol para... ya nadie saltaba la cuerda, y también dejaron de pintar el suelo con gises, a todos se les olvidó buscar una teja, un pedazo de papel mojado.

Aunque hace mucho que no se habla de ello, apenas si alguna anciana se atreve a pensarlo, ellas saben porqué los niños se fueron, y también porqué sus esposos ya no están, saben la razón... ésta se encuentra en su mente y en sus diarios pensamientos.
A ninguna de ellas se le olvida cómo ocurrió el accidente, en su interior le llaman: “Aquello”, “Ese día”, “No”... se dicen a sí mismas cuando piensan en eso.
Pero todas lo saben, toda la gente que conoció la calle, que transitó por ahí, que caminó entre sus niños, sabe muy bien lo que pasó.

Era un día normal, así es como suelen ocurrir las cosas, apenas si las nubes estaban terminando de instalarse, todavía se podía sentir en el olfato la frescura del pasto cuando el rocío empieza a evaporarse.

Ella se llamaba Flor, pero hasta quienes no la trataban le decían Florecita, la pregunta que todos se hacen es ¿cómo no la vieron? Ya los vecinos estaban acostumbrados a sortear los obstáculos infantiles, a detener el tiempo cuando entraban a la calle, a quitarse la cara dura, el gesto amargo, algo cambió ese día, cuando esta pequeña niña quedó bajo las ruedas de ese carro.

Lo peor, el responsable o irresponsable, el padre de su mejor amiga. Fue en ese momento, durante esa matinal desventura que todas las sonrisas terminaron, en ese instante que la naturaleza de las cosas desvió su curso. Empezaron los odios, hubo culpables. No sólo fue el conductor, sino los mismos padres y madres que no supieron cuidar lo que tenían, también las niñas y niños perdieron su inocencia.

La discordia terminó con todo. Entonces se presentó la primera muerte, después otra y otra más, así se acabaron los hombres. Los pequeños, por su parte, desaparecieron entre las cortinas, atrás de las ventanas se podían ver muy al principio sus ojos, poco después nada.

Ahora sólo existen en esa calle, antes de la Esperanza, ancianas solitarias, sin ilusiones, que muy de cuando en cuando reciben en esas casas, también olvidadas, la visita rápida de quien ya no puede vivir entre esas cuatro paredes.

miércoles, agosto 17, 2005

LA CORTESANA DE SAN LUIS

No me pidió nada y yo le di todo. Nunca me sonrió ni sus ojos se iluminaron, pero eso no me importó. Ella simplemente estaba ahí, bajo una luz mortecina; delgada, morena, con tacones altos, piernas esbeltas y cintura diminuta, así de pequeña…y de su boca sólo salió un “vamos” que cubrió toda la noche cuando estuvimos juntos.

Apenas si la recuerdo ahora, han pasado semanas, meses, posiblemente años, tal vez un minuto, acabo de cerrar los ojos y al abrirlos ya no estaba… ¿Qué significa el tiempo? ¿Acaso se puede medir el horizonte, un pedazo de silencio, un trozo de apariencia?

Yo caminaba por la avenida Carranza, distraído, revisando con la mirada la basura amontonada en las banquetas, las luces de los locales, la gente, sin siquiera distinguir otra cosa que siluetas difuminadas, pensando sin pensar, apartando cada cierto tiempo con un guiño involuntario mis demonios personales.

Entonces la vi como escondida entre la noche, su semblante no me dejó ninguna duda, pude pasar de largo pero la soledad que salía de su interior se encontró con la mía que pedía a gritos un refugio, a veces se requiere de tan poquita cosa para callar ese silencio tan pesado que algunos llevamos dentro.

Me acerqué. No sé qué le dije, ahora eso ya no importa. Pero si lo prefieren le susurré un “te necesito”, posiblemente cualquier otra cosa, ella no requería entenderme, pude acaso hablar en otro idioma y el resultado habría sido el mismo, lo importante fue la palabra “vamos” que me contestó, si hubiera sido un no… pero para mi felicidad o desgracia no fue así.

Nos deslizamos entre las calles, recorrimos pasajes inmundos, paraísos perdidos, subimos y bajamos veredas, nos internamos por bosques, en poco tiempo dejamos la ciudad atrás.

Cuando por fin llegamos mi ropa estaba hecha jirones, no supe cómo ocurrió, en qué vuelta de ese laberinto nocturno extravié mis sentidos, porque sólo mi oído y mi vista seguían funcionando, todo lo demás se había perdido.

Me busqué en los bolsillos y encontré mi cartera, se la ofrecí, también le di mis lentes, mi reloj, hasta una flor que llevaba escondida en un libro, también le regalé ese libro, le firmé un documento en blanco, me quité la ropa, quedé como un niño recién nacido.

Ella tomó todo lo que le di, se quedó quieta, siguió sin decirme nada, apenas si sentí el primer golpe y luego el otro, pronto fue una lluvia de patadas, pero yo no quería cerrar los ojos, temía perderla…al poco rato todo cesó, todavía en el suelo escuché sus pasos y el de su acompañante mientras se alejaban.

El único dolor fue saber, estar completamente seguro, en ese instante, que no volvería a verla y mucho menos a tocarla.

martes, agosto 09, 2005

SEGADOR DE RECUERDOS

Ahí estaba esa sonrisa y esa mirada de niño,
las tomé rápidamente,
alcancé a guardarlas en la bolsa de mi camisa.

Allá, a lo lejos, descubrí un rastro de inocencia,
no pude alcanzarlo,
y me quedé sólo con su aroma de flores blancas.

En aquella esquina un primer beso,
que siempre busco a la vuelta de cada noche,
y nunca lo encuentro.

Cerca está mi calle, o ¿ya no es la mía?
en donde dejé presencias... fantasmas... evocaciones...
me pregunto cómo, cuándo, porqué.

Es mi ciudad anónima, bella y fría,
era mi ancha casa,
me mudé y ahora los inquilinos son otros.

lunes, agosto 08, 2005

HOTELES DE LA MERCED, HOTELES DE LA ROMA, UN POCO DE TRAUMA

Hace unas semanas, y de nuevo ayer, tuve la oportunidad de viajar a la Ciudad de México, a la Ciudad de Dios, al menos del emplumado, a la capital del país, al Detritus Defecal, a la Región Más Transparente… y muchas cosas pasaron por mi mente, pero una emergió de entre las demás: “ya no soy de aquí, posiblemente nunca lo fui, ya soy otra persona…”.

Leyendo un post de Aus, “Variaciones de una Ciudad”, en donde aparte de la desesperación por la situación que vive el defe, el autor señala que la razón de escribir fue derivada de un texto de José Emilio Pacheco, quien entre otras cosas apunta: “Hasta hace poco me despertaba un rumor de pájaros. Hoy he descubierto que ya no están…” y obligó al posteador o bloguero a preguntarse:

¿Será que nuestra Ciudad murió y aún no nos hemos dado cuenta?, ¿estaremos en proceso de descomposición?, personalmente prefiero la incineración a seguir viendo cómo los gusanos acaban con cada una de nuestras fibras sensibles...

Estas preguntas me motivaron a dejarle un comentario, pero también a reflexionar sobre la que una vez fue “Mi Ciudad”, y por ahí se comentaron varias cosas, y una de ellas es que no debemos hacer literatura del árbol caído, me gustaría compartir con ustedes mi comentario y después describirles los veinte minutos que caminé por las calles, algunas de las cosas que vi, sólo por el puro afán de que este lastre que llevo conmigo sea más ligero con su ayuda.

Viví durante 28 años en la Ciudad de México, cuando nació mi primer hijo decidí emigrar a la tierra de mis abuelos y de mis padres, al lugar donde nací, y no me arrepiento. Hace poco fui al Detritus por razones que no viene a cuento mencionar, tuve la oportunidad de caminar desde Izazaga hasta Bellas Artes, en ese recorrido de 20 minutos curioseando pude comprobar que algo está pudriéndose, y no es la ciudad, es la gente. Desafortunadamente no encontré una sonrisa en ninguna calle, ni en el metro, ni en las librerías a donde entré, no sólo los pájaros han dejado de cantar. Lo bueno es que mis hijos aquí los escuchan a diario y eso es un alivio.



Las razones que me obligaron a regresar al D.F., -se lee y se oye horrible, verdad- fueron variadas, pero la que me hizo caer a la calle de Izazaga fue una muy concreta: solicitar una copia de una acta de nacimiento, ya el sólo pensarlo puede aterrorizar a cualquiera, estar en la Oficina del Registro Civil es otra cosa.

Está de más decirles que duré cerca de dos horas formado, llegué a la ventanilla y me acosaron con preguntas tan terrenales que no vale la pena nombrar, lo concreto es que me fue imposible responderlas y en el proceso de investigarlas tuve que hacer fila nuevamente hasta que obtuve una ficha que me obligó a regresar tres días después por el citado documento.

Al salir de esta oficina, tuve algunas opciones: tomar un taxi, tomar el metro, caminar un rato por las calles y después hacer cualquiera de las dos primeras, opté por lo último, quería recordar esos viejos tiempos cuando me “perdía” entre la gente, observando todo y deteniéndome de vez en cuando en alguna librería de viejo.
Emprendí la marcha por Izazaga hasta llegar al Eje Central, en esas dos o tres calles escuché todas las fórmulas para tener una piel fresca sin ronchas, sin barros, sin paño, el cutis de “una artista de cine”, también una bocina te aconsejaba el mejor remedio para mantener en alto tu virilidad, para que no deje a la chica a medias, lo extraño es que nadie sonreía ante estas cosas.

Todavía no llegaba al Eje, cuando percibí que la calle no sólo era un hormiguero de personas, sino también de puestos ambulantes o semifijos, que sabrá el peje cuándo se quitan, si es que lo hacen, la mayoría de ellos con mercancía “de primera” y lo mejor a la vista de todos, con una democracia genuina, sin distinción de sexo, edad o clase social.

Sin detenerme noté que algo prevalecía en casi todos ellos, se peleaban por mostrar de la mejor manera posible sus productos, discos en formato VCD o DVD con material pornográfico de toda clase, con imágenes “duras” sin mayores rebuscamientos, pero algo me pareció “novedoso”, y no sé si lo sea, pero tuve la oportunidad de preguntarlo y no lo hice.

En portadas completamente blancas, sólo con letras grandes se leía en muchos de los discos a la venta: HOTELES DE NATIVITAS, HOTELES DE LA ROMA, HOTELES DE TEPITO, HOTELES DE ACAPULCO… así hasta agotar la imaginación.

No quise buscar, pero estuve tentado a hacerlo, esperando encontrar hoteles de mi tierra, ya no sabía si sonreír o ponerme serio como todos, así que seguí caminando.
Les juro que cada cierto tiempo volteaba a ver a la cara a la gente, pero nadie tenía los ojos fijos en algo, andaban como huyendo, yo mismo me sentía así, pero en eso me detuve en un puesto de libros que estaban tirados en el piso, creí ver por un momento un título que me interesaba, así estaba yo cuando a mi lado escuché que un muchacho le decía posiblemente a su novia: “fíjate, ese es el video que te había dicho”.

No debí de haber hecho caso a mis oídos ni respetado lo que mis ojos vieron, en el puesto a un lado de mí, otro puesto de infames películas, les estaban “calando” una, se trataba de escenas de la vida real sobre muertes violentas, asesinatos de la guerra de Afganistán, corridas de toro, casos de tortura, mientras el vendedor juraba por su madre que eran genuinas, y que tenía las tres partes, su título: TRAUMA.

Me quedé helado, en los dos minutos que tardaron en darme el cambio, se vendieron más de ocho discos y se hizo una bolita en torno del puesto, me sentí mal, tomé mi libro y casi me fui corriendo, subí al metro y empecé a leer para olvidarme de lo que había visto y escuchado, hasta la fecha no lo consigo.

¿Creen ustedes que la gente de esa Ciudad no se esté pudriendo? Yo ya no sé qué pensar, y lo malo es que acabo de cumplir años y ese al parecer fue uno de mis regalos, la verdad no lo quiero, prefiero seguir recreando la realidad con ustedes.