miércoles, diciembre 19, 2007

LA CARTA

…es la niebla errante en la noche,

es la noche dormida en tu cama,

es el oleaje de tu respiración,

tus dedos de agua mojan mi frente,

tus dedos de llama queman mis ojos,

tus dedos de aire abren los párpados del tiempo…

Octavio Paz

Es extraño cómo pasan las cosas. Primero quieres buscar sólo algo parecido al amor, a la compañía, y en el camino te encuentras que todo ha cambiado, que en ese sentido o sinsentido, en esa búsqueda de cariño de exilio, hasta las caricias más pequeñas no son lo que parecen.

Un día le tocas la mano a una mesera desconocida, como al descuido, cuando le pides la cuenta y ella te sonríe. Después le preguntas su nombre, pero luego recuerdas que fue ella quien preguntó cómo te llamas, con una fórmula que sin querer te despierta ternura.

No respondes nada, te tocas la frente, el cabello, cierras los ojos, sin pensamiento alguno, volteas a verla y le dices, ahora le preguntas, si quisiera ir a otro lado para conocerse, para platicar con calma, simplemente para ganarle la partida al tiempo mientras pasan las horas en el silencio de las palabras calladas.

Ella, con una anacronía inocente, te pide algo, en estos años que corren, inusitado, te pide que le escribas mejor una carta, unas líneas donde le digas lo que sientes.

No puedes evitar hacer un gesto de genuina sorpresa, y no sabes qué te sorprende más, si tú al sorprenderte por esa petición, o que todavía sientas que algo así, que algo dicho de esa manera, entre coquetería y timidez, a la hora de la comida, te cause esa reacción, y más aún cuando le contestas casi de inmediato que sí, que lo harás, que le escribirás.

No se ponen de acuerdo, no hacen una cita ni mucho menos, pero pasan varios días sin que tengas la oportunidad de verla, finalmente regresas al sitio donde ella trabaja, es imposible dejar de notar que rehuye tu mirada, que se encuentra molesta por tu ausencia, y de nueva cuenta percibir eso te causa una rara sensación de agrado, un cosquilleo en el estómago, sientes una mariposa en tu interior.

En la bolsa de la camisa llevas la carta que escribiste para ella.

Al acercarse a tu mesa, le dices con seriedad, le preguntas si no te ha extrañado, lo haces sólo para ver en sus ojos el enfado que sus gestos no disimulan, un enojo adolescente en una joven mujer que te esperaba, que te espera.

Sin darle tiempo para que conteste, le dices que tú si la extrañaste, mientras sacas la carta y le tomas la mano apretándosela suavemente, posando además tu mirada en su cuerpo que en ese momento parece estar desnudo cubierto sólo de rubor.

Esperas un instante para decirle que en la carta hay un secreto de los dos, algo que ambos comparten y que conocen bien.

Ya no dice nada pero toda ella habla sin cesar, es un verbo hecho mujer mientras camina hacia la cocina con tu sonrisa en la espalda y se pierde entre las mesas y la gente, pero antes de hacerlo, antes de que dejes de verla, voltea y en sus ojos hay una promesa.

Tú también le dices que sí con la mirada.