jueves, mayo 25, 2006

DOS NIÑOS

Camino a casa, ayer en la noche, me detuve ante un semáforo en rojo. A un lado de mi auto, se estacionó otro, un compacto, en el que iban dos pequeños juntos en el asiento a un lado del conductor, como de cuatro y dos años, un niño y una niña.

Yo iba pensando en mil cosas y en una sola, había decidido, me había hecho a la idea, en relación a cierta persona, pretendía decirle algo, escribirle, mostrarme tal como soy, sin ropajes extraños, sólo mostrarme.

Qué difícil es hacerlo.

Así estaba en esas cavilaciones, un poco nervioso, no veía nada más, sólo aquello que se formaba poco a poco en mi cabeza, en el horizonte de mis pensamientos.

No sé, algo me hizo reparar en los dos niños. La chiquita me agitó la mano primero con timidez y sus ojos brillaron con esa chispa que da la inocencia, su boca esbozó una débil sonrisa, luego su hermanito la imitó, y ambos sonrieron y me saludaron con un suave movimiento.

Fue imposible no sonreír ante ellos dos, de manera espontánea levanté mi mano en un gesto natural, como un reflejo de ellos mismos, casi sin darme cuenta.

Al hacerlo, los pequeños sonrieron abiertamente y ya sin pudor ni pena, dejaron atrás la timidez y me dijeron además en coro un “hola” alargado, mientras el vehículo en el que viajaban arrancaba y dejaba como una estela sus palabras.

Me quedé un rato degustando esas dos sonrisas, ese saludo nocturno, hasta que escuché el claxon sonar como una campana que te despierta de un sueño.

Seguí mi camino rumbo a casa, mientras la noche parecía también sonreírme, no dudé que todo eso era un augurio de muchas cosas buenas que me traería el futuro.

Ahora sé que era una realidad, ahora lo sé, todo es cosa de creerlo.

domingo, mayo 21, 2006

AMOR CIBERNÉTICO

Mientras afuera llueve y la noche cae como plomo derramado en miles de lágrimas hirientes, en la cueva que habito un extraño resplandor ilumina esos retazos de lo que podría ser mi vida o lo que podría llamarse otra vida.

Es una luz que chisporrotea y brota de manera intermitente. Esa luz que aleja la lluvia, que la parte y la aparta de mí, la distribuye como un prisma, no es otra cosa que un brillante monitor cortado por las palabras y ondulante por las imágenes que se presentan aliándose con la oscuridad, tan cercanas, pero… sin la posibilidad de tocarlas.

Hace poco se mostraron sin avisar, llegaron como un eco de mis propias letras en fuga y mis sentidos abiertos a los ojos de los demás, de los otros.

Cuando recibí la señal creí ciegamente en ella. Llegó como una ala, ola de energía, desde un mar distante, azul y profundo, de una belleza triste, desolada pero genuina, con las articulaciones de fuera, de ropa escasa, vestida con una gran sonrisa que también puede caerse como la noche, desaparecer a cualquier hora sin mediar tiempo, sin causa, como todas las cosas ajenas.

Yo estaba ausente, desangelado de las realidades que no dejan de ser ficciones, y de pronto la vi sin verla, escuché su voz en una lectura con mi propia resonancia, con mis propios deseos de querer oír en escritura lo que no se puede en palabras.

Acudí a su llamado sin pensar en el porvenir, sin distinguir otra naturaleza que la de lo inmediato.

Ella se mostró tal cual es, con sus grandes temores, con sus enormes deseos, se mostró, se desnudó, me dejó verla entera, me permitió disfrutar con ella de la superficie que le cubre el alma, y que no tiene epidermis sin importar lo turgente de sus formas.

Me dio la esperanza de hacerla mía, de capturarla de manera momentánea y pensar que siguen existiendo cosas de las cuales sorprenderse.

Me hizo feliz.

A pesar de todo, hasta de ella misma.

jueves, mayo 11, 2006

EL HOMBRE QUE SÍ

Tiempo soy entre dos eternidades.
Antes de mí la eternidad y luego
de mí, la eternidad. El fuego;
sombra sola entre inmensas claridades.

Carlos Pellicer

Jaime se levantó de la cama. Estaba desnudo.

Atrás, entre las sábanas se encontraba Leonor, la primera mujer con la que había tenido relaciones después de dieciséis años de monogamia forzosa, obligada forma de mantenerse en paz con su conciencia y con la conciencia colectiva, con esos otros ojos que le miraban en la mesa, en el autobús, en la calle, en el trabajo, a todas horas, incluso mientras dormía.

En ese momento nada le importaba.

Él caminó hacia el baño, ya no era joven, su cuerpo daba muestras del andar cansino de quien ha bregado para abrirse paso sin otra meta que seguir viviendo sólo con sueños, con una vida sedentaria llena de otras que le componían el ánimo con su energía e inocencia.

Se detuvo frente al espejo, pudo verse a sus anchas, en esos espejos que inundan los cuartos de hotel, que se te aparecen de manera insospechada en las paredes y en las puertas blancas y muchas veces hasta en el techo.

Observó una ligera curvatura en el abdomen, una pancita de cuarentón que hace dietas y un poco de ejercicio, se miró las canas que empezaban a aparecer formando líneas claras entre su cabello. Hizo un gesto de extrañeza, apenas si había notado el transcurrir de los años, todavía recordaba sus vigorosos veinte, todavía podía percibir cómo la sangre circulaba por su cuerpo.

Mientras se lavaba el pene, mientras lo frotaba con jabón y abundante agua, sintió que esa juventud que anidaba en la cama lo requería, como un susurro desde esas pálidas sábanas parecía decirle que ahí encontraría la paz que desde hace mucho él solía anhelar, y su miembro empezó a transformarse con una calidez, un calor interno que le despertó una sonrisa.

Era la tercera vez que Jaime hacía ese recorrido, que circulaba entre espejos por ese pasillo que lo conduciría al amor oculto, vedado, secreto, y en cada recorrido del baño a la cama, seguía sorprendiéndose porque al caminar notaba cómo su miembro se agitaba orgulloso de sí mismo, de su naturaleza, envalentonado de su propio ímpetu, autónomo.

La joven Leonor lo esperaba casi como si fuera la primera vez, como si su vientre no se hubiera agitado ya antes, con un cuerpo propicio, húmedo, sensible al tacto, incansable, con unos ojos de fuego y una lengua cantarina y unas piernas a las que sólo les hacía falta para estar completas cientos de caricias.

Habían pasado una, dos, tres horas, es cosa de no saberlo, nadie podría describir lo que en esa habitación se dio entre los dos, pero las manos de ambos, los poros de estos amantes tuvieron vida propia en esos instantes sin reloj, sin nada de por medio.

En la semioscuridad del encuentro, sólo podían percibirse susurros agitados, cosas sin nombre, o llamadas de otra forma, inventándose sobre el crepitar del colchón nuevos movimientos entrelazados en escalas que bien podrían ser melódicas, líricas, de sexo puro, del buen sexo.

Después de terminar por cuarta ocasión, los dos sonrieron, cada uno con sus propios pensamientos, cada uno disfrutando de la entrega, cada uno imaginando ya nuevos encuentros, pero también percibiendo que éste podría ser el último.

Sólo que Jaime ya sabía algo, que después de tantos años sin sexo con otra, con otras, intuía con claridad que al abrir la puerta, estaba recobrando a ese otro yo que había mantenido sosegado en su interior, y comprendía que a partir de ese mediodía de invierno, él simplemente sería desde entonces el hombre que sí.

Y que pronto habría de descubrir otras muchas nuevas formas de amar, sin restricciones.

lunes, mayo 08, 2006

NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito.
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.

XAVIER VILLAURRUTIA

miércoles, mayo 03, 2006

SÓLO IMÁGENES

Cae la noche a mi alrededor…
Mientras a lo lejos escucho
con claridad
un suave maullido.

Me parece que también
es un aleteo apagado,
como escarcha de hielo.

Debo estar alucinando…

Sólo son mis pensamientos
que vuelan
con un cruel remordimiento
por haber pecado.

Y la lluvia ha vuelto
de nuevo, otra vez
atrás de mi ventana.

Por no haber callado...