martes, septiembre 13, 2005

MARIPOSA NEGRA

Para quienes todavía creen en esa palabra


Hace algunos días, acompañada de una sonrisa, como un aliciente para seguir adelante, para tapar esos agujeros profundos en mi corazón, para concretar viejos anhelos, como una promesa de mejores cosas, la sacerdotisa del amor se presentó ante mí...

Ya la había visto antes pero con otros ojos, estos nuevos que ahora tengo los estrené poco después de su llegada, también son café oscuro, también tienen iris y retina, pero les juro que son diferentes, se parecen pero no lo son, ven algo que los otros no veían, ven palabras en gestos y miradas, descubren formas, sentimientos, no me pregunten cómo pero lo sé.

Ella, la sacerdotisa, era una diosa coronada, sonreía como un rayo de luz, como miles de estrellas en el firmamento haciendo nuevas constelaciones sólo para que yo pudiera disfrutarlas, para mi nocturno goce personal... se veía segura, irradiaba paz y serenidad, aceptación, también era otra y la misma.

Con su cintura brevísima, cara de ángel, tez morena, pelo rizado, así pausadamente entró en la cueva que habito -bendita mi suerte- todo el santo día.

Sin hablar apenas, con los labios ligeramente entreabiertos, pronunció mi secreto nombre, el que nadie sabe, el que está oculto ante los ojos de los demás, me dijo:

-Aquí estoy, sin falsas promesas, vengo a leerte tu destino.

Como siempre, no supe quedarme callado, me dio miedo que desapareciera, así de pronto, empecé a articular millones de palabras, pensando que con ellas podría obligarla a permanecer conmigo. Recuerdo todo lo que le dije en unos pocos segundos, mi boca se abría y se cerraba con desesperación, pero tengo la certeza que sólo yo podía escucharme.

Sin vacilar sacó de entre sus ropas, como una daga, un pergamino que se desenrolló varios metros, no obstante, se veían pocas letras escritas en esas hojas carcomidas por cientos de años, cuatro eran las letras que destacaban, parecían fundirse unas con otras, haciendo la lectura, al menos para mi, imposible.

Comenzó a leer con voz pausada:

“Hoy tendrás, sin duda, cierto brillo interior... es hora de aprovechar la meditación... la noche te otorga los medios para dar un poco de luz a tu vida... para encontrar o redescubrir el amor... hoy decides también controlar la marea de tus sentimientos... pero bajo tu aparente fantasía, se presiente que tu corazón late con sinceridad...”


Hasta ese punto la escuché, comencé a llorar, recordé escenas de cuando era niño, como aquella en un viejo parque, solitario, sentado en el piso mientras contemplaba a una princesa columpiándose desnuda, haciéndome sentir culpable por verla, como un castigo a mis deseos liberados pero al mismo tiempo reprimidos, recordando que los sueños no pueden ser contados porque no se cumplen.

Cerré los ojos y al abrirlos, en el techo abovedado de mi cueva, blanco como la luz que sólo el reflejo de la noche puede dar, podía verse una mariposa negra.

Levanté la mano, sin fuerza, para tocarla, creyendo lo que había escuchado por generaciones, que esas mariposas son como ángeles guardianes que te protegen el alma, necesitaba depositar en ella el único pedazo de esperanza que aún conservaba.

De pronto voló alrededor mío, se posó en mis manos que estaban mirando al cielo, ella me tocó a mí, y se llevó consigo mis miedos, los fracasos de mi vida, la desesperanza, la envidia, el falso orgullo, los malos recuerdos...

Cuando se fue por un pequeño hueco de la pared, me levanté sin prisa, caminé hasta la salida y pude por fin reconocer cuáles eran esa cuatro letras escritas para mí desde el principio de mis días, ahora estoy buscando unirlas, estoy seguro que lo lograré.