miércoles, septiembre 06, 2006

El HORRIBLE CASO DE LA VIRGEN LOCA PARTE 2

Llegó arrastrando los pies llenos de aleteos hasta las tres viejas camas matrimoniales apiladas una tras otra, donde se encontraban, en una de ellas sus cuatro sobrinos desparramados casi encima unos con otros, entremetidos los cuerpecitos con los de sus padres: el cuñado de Amalia y su hermana menor de nombre Refugio.

En la otra cama estaban unos tíos ya ancianos, que nunca habían podido tener hijos, que se acompañaban en su soledad casi siempre dándose la espalda mientras dormían y viéndose de frente las demás horas, como buscando en los ojos del otro los recuerdos idos.

Finalmente cubría el último reducto, en la cama más decrépita, si eso era posible, la madre de Amalia, viuda desde hace mucho, y acompañándola en su lecho desde entonces su hija, a un costado todavía se podía ver el hueco donde ella tenía poco de haberse levantado.

Amalia estaba agitando las manos de arriba hacia abajo y por momentos agarrándose los cabellos cenizos, hablando como para sí, emitiendo un balbuceo apenas audible, extraño, gutural, un lenguaje animal, de animal herido, asustado…

De pronto se escuchó en las cuatro paredes un grito único, que despertó a toda la familia Raya.

Un aullido desesperado anunciando la llegada del maligno, del mal disfrazado de otra cosa, agazapado, escondido, inerte, oculto, ahí entre ellos.

La mayor de la familia les anunciaba con voz silenciosa después del estruendo que algo estaba pasando, que se prepararan para lo peor, que por favor no hicieran nada que los pusiera a todos en peligro.

-No hablen- les dijo. Luego, en un murmullo, les hizo un movimiento de que la siguieran hasta uno de los rincones de la casa.

Ahí, casi con gestos, muecas y señas, les contó lo que había visto afuera, esa sombra que parecía cubrirlo todo, las voces que le avisaban protegerse y protegerlos…

Palabras en su cabeza que parecían tomar forma pero que no terminaban de concretarse, de anunciar y enunciar lo porvenir, lo que ella sabía y lo demás no, ese miedo callado.

Así, mirándose apenas a los ojos, pasaron las horas, pasó el tiempo, o tal vez ellos fueron los que sintieron que éste se iba pero en realidad eran sus pensamientos volando alrededor de cada uno, en ese espacio acuclillado en el que estaban.

Hasta que uno de los perros comenzó a ladrar, entonces las cosas cambiaron... (Continuará)