lunes, agosto 21, 2006

EL HORRIBLE CASO DE LA VIRGEN LOCA

Y entonces el día se hizo noche y la noche ruido callado...

Es un pequeño cerro el que se ve a lo lejos.

Un promontorio de piedras peladas, tierra desolada, árida, llena de guijarros, unos pocos nopales escuálidos, cazahuates moribundos y pitayos desangrándose en el frío infernal de la noche...

Es una casa.

Una casucha de cuatro paredes y una ventana contrahecha, malamente iluminada por velas y veladoras, con un silencio que aterra por los gritos sosegados que salen de su interior, alejada de las otras en esa ranchería perdida...

Es la muerte.

Una muerte ruidosamente callada, inocente, pecadora, de susurros y órdenes seudocelestiales apócrifas que nacen y mueren en un mismo sitio...

Es una familia que está a punto de cometer varios crímenes...

Amalia, la hermana mayor de los Raya, se levantó muy temprano esa mañana de noviembre; en su cabeza seguían resonando las palabras de su dios que le avisaban de algo malo, que la prevenían, que le aconsejaban no salir en todo el día, recogerse, junto con todos los suyos...

Voces en su oculto rincón que eran muchas y una sola, que la reconfortaban pero al mismo tiempo le infundían un gran temor...

Ella, una mujer de cuarenta y cinco años mal llevados, sin ningún amor conocido ni cuando todavía parecía joven; con unas maneras rígidas y un atuendo semejante al de toda esa gente que vive abandonada de las cosas materiales, pero más austero, más gris, un vestido de flores resecas, con un delantal ruinoso en la ancha cintura.

Ese día que la muerte se arrimó a su casa, salió a darle el alimento a las cuatro gallinas y miró al cielo, ahí, en lo alto, divisó lo que creyó un aviso lleno de desgracias, y que no era otra cosa que un helicóptero como una libélula solitaria.

Azuzó a los animales hacia el cuarto donde todavía dormían todos, a las gallinas y a los dos perros, y cerró la puerta dejando la vida afuera.

Luego empezó todo...

(continuará)