Este fin de semana salí, junto con Sian, mi hijo de 12 años, a San Luis Potosí, con el objeto de que él participara en el Primer Torneo Nacional de Tenis del 2006.
Para estar presentes en este importante evento pedí unos días de vacaciones y Sian faltó a unas clases, todo con el propósito de llegar con tiempo a la firma de registro, requisito indispensable un día antes del torneo, para poder ser considerado en el sorteo para la conformación del cuadro de juegos, el “draw”, como le dicen en este deporte.
Llegamos con suficiente anticipación y nos dio oportunidad de llevar nuestras cosas a un hotel cercano al club sede, por un momento estuve tentado a deshacer las maletas, pero era tanta nuestra emoción que no bien tiramos en el cuarto lo que llevábamos cuando ya habíamos salido rumbo al lugar donde se llevaría a cabo la firma y el registro de participación, así como el sorteo
Ambos nos sentíamos nerviosos porque en esta selección puede tocarte un jugador difícil, con más experiencia, y no queríamos quedar eliminados en primera ronda.
Sian se registró, le entregaron una playera conmemorativa, un manual y a los dos nos pusieron una pulsera de color brillante para poder ingresar a los clubes donde se jugarían los encuentros de las distintas categorías.
Después de esto nos fuimos a comer algo, ya era tarde y con las prisas y el deseo de llegar a San Luis, no habíamos probado alimento desde muy temprano.
En el restaurante se nos unió el maestro de mi hijo, y otro pequeño, compañero de él, de su misma academia, junto con su padre, y ahí pudimos compartir un poco el nerviosismo y el deseo de que todo saliera bien, fue cuando surgieron las frases de “ojala que nos toque alguien a modo, que no vayan a tener un contrincante fuerte…”, así hasta que nos fuimos a una cancha para que entrenaran un rato.
Al término del entrenamiento ya todos nos sentíamos desesperados por conocer el cuadro de juego, así que decidimos esperar en la sala acondicionada donde habrían de pegar en unas mamparas las hojas con los participantes en este torneo de calificación.
Pasaron largos minutos, más largos que los normales, y ya sin ganas de platicar, sólo a la expectativa, finalmente trajeron las hojas los encargados de colocarlas en cuatro distintos lugares, de acuerdo a las categorías correspondientes.
La gente se arremolinó entorno a las mamparas, pero ya Sian, y su amigo Diego, el otro niño, estaban en primera fila, empujándose con los demás, queriendo ser los primeros en conocer a sus rivales y el horario del día siguiente, en que habrían de jugar en sus respectivos encuentros.
Todavía flotaba entre nosotros el temor de que ellos dos se enfrentaran en primera ronda, pero no imaginábamos que ocurriría algo peor.
Tras un largo rato de ese enjambre humano, de niños y adultos, padres e hijos emocionados por saber, vi aparecer la cara larga de Sian, y sentí que algo malo había pasado.
Me dijo: “No estoy, no veo mi nombre, no lo encuentro”.
Yo no quise alarmarme antes de verificar, estuve repasando la lista una y otra vez, de arriba para abajo, leyendo cada apellido, cada nombre, como si con esta acción pudiera aparecer o cambiar el cuadro de jugadores.
No, no estaba en la lista.
En ese momento escuché que otros niños decían algo semejante a lo dicho por mi pequeño, que tampoco aparecían en el cuadro, en el “draw”, y me tranquilicé un poco suponiendo un error en la integración del rol de participantes.
Estaba pensando en eso cuando se acercó un arbitro con su gafete de organizador, y sin tomarme un minuto para analizar el problema, le grité que mi hijo no estaba, él sólo volteó y me dijo: “entonces no va a jugar, está fuera del torneo”.
No pude creer lo que con tal desparpajo salió de su boca, me dejó callado.
Justo frente a mí se plantó su maestro y me comentó todavía con una sonrisa, “no te preocupes, ven vamos a hablar con el arbitro general y responsable del torneo”, y yo también supuse que todo se arreglaría.
De nada nos valió rogar, reclamar, enojarnos, gritar, se nos comunicó que el reglamento del torneo era muy claro, ahí se señalaba que en caso de superar el número de participantes, esto, de acuerdo con su “ranking”, serían eliminados, y así quedó fuera Sian, así, de esta manera.
No había nada que hacer.
Todavía tuvimos que despedirnos de mano y agradecerle al desgraciado organizador su amable atención por explicarnos.
Camino al carro, me di cuenta que mi hijo iba llorando, mientras yo me tragaba mi rabia, ya era noche, no supe qué decirle, yo me sentía probablemente igual que él, aunque lo mío no era tristeza, era rabia, era decepción, coraje…
Ahora estoy escribiendo aquí en el hotel, mientras mi hijo duerme, pensando en esas palabras que me dijo por último el árbitro general del torneo:
“Mire, qué puedo decirle, ya ve como son tan desorganizados en este país, pero yo le propongo que se queje, que escriba una carta de reclamo a la Federación Mexicana de Tenis”.
Sólo pienso que todo esto es una mierda, es lo único que pienso y también una gran chingadera, y sigo viendo la playera del torneo en la cama, y yo que tenía temor de que le tocara un jugador más fuerte a mi hijo, no sabía que habría de enfrentarse a un sistema infame de des-organización deportiva y a un reglamento que no se preocupa por las lágrimas de los niños.