viernes, diciembre 27, 2013

LA BELLA DURMIENTE DE JARAL



Hay días que los ojos no controlan el sueño
 y los deseos se hacen realidad…
Para ti Connyjita

Érase un lugar no muy lejano, cerca de una montaña y rodeado de nubes de algodón y campos verdes radiantes entre árboles frondosos, que al tocarse parecen besarse como esos enamorados que no pueden saciarse y permanecen durante horas abrazados, desnudos, cubiertos sólo por su mismo deseo.

A ese sitio mágico se llega por un camino sinuoso, una vereda estrecha forrada de pavimento, que en días de urgencia y prisa por llegar resulta interminable, pero que muchas veces con la fuerza de dos corazones está a la distancia del pensamiento que todo lo acorta y todo lo puede, porque cuando existe deseo y voluntad, cuando esto se combina cualquier cosa termina por ocurrir.

Ahí permanece encerrada entre cuatro paredes, en un frío y oscuro espacio, una cálida y joven mujer llena de sueños e ilusiones, de mirada pícara y soñadora, pasa las horas contemplando la vida dentro de un cubo de luz brillante que la mantiene ocupada durante todo el día, hasta que llega la noche y se retira a su morada a intentar dormir.

Ella tiene años sin lograrlo, recuesta su cabeza en la almohada, gira de postura, cierra los ojos fuertemente y mira a través de la ventana, hacia la distancia, como esperando que algún día pase algo que cure su desvelo y le permita conciliar el sueño, pero siempre es lo mismo, está en una vigilia constante soñando despierta entre las sábanas frías sin algo que le brinde ese necesario calor interno que necesita para perderse en el limbo.

Cierto día, mientras contemplaba el cubo brillante, vio que unas palabras aparecían grabadas como una invitación, era un saludo sencillo, una confesión y un llamado de otra persona, otro corazón solitario que le decía solamente lo siguiente: “Me gustaría conocerte, quisiera hacerte sonreír…”, y decidió aceptar la propuesta.

Empezaron a intercambiar mensajes sin la única expectativa que estrechar un lazo que los pudiera liberar a ambos, con el único compromiso de intentar ser felices, un diálogo sencillo, transparente, y algunas veces sensual, en especial cuando ambos tras largas pláticas aceptaron que eran apasionados y deseaban conocerse.

No se tiene la fecha exacta, pero quienes han escuchado la historia, comentan que fue a finales de agosto cuando por fin sus manos se encontraron, sus ojos brillaron y pudieron estrecharse en un extraordinario abrazo, en un maravilloso beso que los dejó durante el instante que duró flotando en un mundo distinto al que estaban acostumbrados a vivir.

Ambos buscaron romper con el hechizo de ella, fueron a un lugar donde preparaban brebajes mágicos con la esperanza de que existiera algo que le permitiera conciliar el sueño, bebidas que combinaron con sus besos, con sus caricias, con palabras dichas en el oído, abrazados para transmitirse calor mutuo, con deseos de no separarse.

Finalmente decidieron estar solos, caminaron por el bosque, eligiendo un espacio entre el follaje, al cobijo de los árboles y de las hojas que ya habían comenzado a caer, al igual que sus ropas que para entonces ya les estorbaban.

Se sabe que los animales del bosque callaron discretamente ante la fuerza de sus suspiros, ante la pasión que sus cuerpos emanaban, ante el brillo que parecía salir de los dos mientras se encontraban unidos piel con piel, pero sobre todo callaron cuando se escuchó un alargado gemido de ella al explotar mientras cabalgaba sobre su adorado príncipe.

Después, ella simplemente cerró lo ojos y durmió lo que pareció un siglo, pero al final después de unas horas despertó abrazada en sus brazos, sólo escuchando como un murmullo sus palabras de amor en el oído, y siempre, desde entonces, duerme plácidamente al concluir una noche más con él.